viernes, 12 de enero de 2018

UNA VIDA QUE TE HARÁ LLORAR...UNA VÍCTIMA JUDY GARLAND


Un texto de
Alfredo Serra sobre la asombrosa vida de una de las grandes divas del Hollywood dorado: Judy Garland.







Allá por 1935, Frances Gumm y Joseph Yule Jr. eran dos chicos felices. Frances tenía 13 años. Joseph, 15.
Casi al mismo tiempo les regalaron el parque de diversiones más grande del mundo: un león vivo y rugiente, pero inofensivo. Abría la pantalla de plata en los films de ese parque: la Metro Goldwyn Mayer…
Pero el parque de diversiones tenía sus exigencias: debían cambiar sus nombres. Frances, nacida en plena naturaleza –Grand Rapids, Minnesota– se llamaría, en adelante y para siempre, Judy Garland. Joseph, hijo de la populosa Brooklyn (New York, New York), cambió por Mickey Rooney. Y no era todo: también debían aprender a cantar, bailar, actuar… y firmar contratos.
Y fueron dinamita. Pólvora seca. Nueve películas juntos, de las llamadas Clase B. Comedias mielíferas para toda la familia… Y ahora, separémolos. Mickey se casó ocho veces, tuvo nueve hijos, filmó trescientas pelis, y murió a los 93 años. Good bye and thank you…
¿Qué hacer con Judy?, se preguntaban los jefazos de la MGM. Demasiado chica para roles de adulta, y viceversa. Para colmo, Charles Walters –que después la dirigió en varios films–, dijo: “Judy fue al colegio con actrices como Ava Gardner –llamada “el animal más hermoso del mundo”–, Lana Turner, Elizabeth Taylor, realmente bellas. Judy, en ese tiempo, era una máquina de hacer dinero, una mujercita muy exitosa, pero era también el patito feo del estudio, y medía uno cincuenta y siete. Eso afectó mucho sus sentimientos”.

Debut, al fin, en el cine grande. Clase A. El musical Every Sunday con otra voz de cristal: Diana Durbin, que después firmó para el sello Universal.
Y poco después un hit inicial…
El primer día de febrero, Clark Gable –monstruo sagrado, galán capaz de impulsar suicidios por amor– cumplía años: 37. Y en la fiesta ad hoc, en los estudios y a pedido, Judy le dedicó la canción You Made Me Love You.
Muchos corazones se detuvieron. Sobre todo el de Samuel Goldwyn al pensar no en brotes verdes: en selvas de dólares…
Judy Garland, el patito feo, era La Gran Voz esperada.
Un año después, en el film Broadway Melody of 1938, dobló la apuesta. Tierna, virginal, fresca “como un nenúfar recién cortado” (frase de Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo, by Tennessee Williams), mirando una foto de Clark en un portarretrato, embelesada, repitió esa canción… para la eternidad.
En términos de cine romántico, todo puede ser olvidado. Pero eso no… Y tampoco ella bailando sobre sus zapatos rojos en El mago de Oz…
Ya volveremos sobre ese milagro.
Porque no es posible omitir el lado oscuro del espejo.
¿Recuerdan los lectores el film The Truman Show?, esa feroz metáfora sobre un hombre feliz en un barrio feliz y una ciudad feliz, donde todo es escenografía, mentira, prisión manejada desde sombrías computadoras por un moderno dictador?
Pues bien. Desde sus 13 años, la vida de Judy Garland fue un estremecedor anticipo de ese Gran Hermano, ese 1984 de George Orwell.
Porque Judy fue estrella y prisionera al mismo tiempo. Sin salir de los muros de MGM, entre desfiles de soldados romanos, cowboys o alienígenas, fue sometida a una rutina de acero.
Profesores de baile. Profesores de canto. Profesores de actuación… y profesores de cultura general (lenguaje, matemática, geometría, historia… etcétera). Un college completo, porque no bastaba ser una voz mágica: había que aprobar trigonometría, cálculo infinitesimal, y diferenciar a Luis XIV de Luis XV… ¡por lo menos!
Esa danza macabra hacia la felicidad –si el oxímoron fuera tolerable– exigió algo más que vocación, voluntad, sacrificio. Exigió algo que era moneda corriente entre los adultos de ese mundo… pero prohibido y letal para una niña: anfetaminas, barbitúricos (¿cómo aguantar ese abecedario, esa enciclopedia, ese manual de la perfecta star cueste lo que cueste, ese Dale Carnegie de la esclavitud, sin algunas pastillas mágicas?)
Por lo demás y por añadidura, Judy fue una niña abusada por su padre…
Epílogo: mientras creció, maravilló, puso el mundo Over the rainbow… la mejor canción de la historia del cine según el American Film Institute, Judy se deslizó penosamente hacia el pelotero de la anorexia, el alcoholismo, la drogadicción, la inseguridad, la fragilidad mental…
Pero nada de eso opacó ni opacará jamás a la Dorothy de El mago de Oz (1939, y sigue viva, y su Hombre de Latón no se oxidó, y sus célebres zapatos rojos sobre el camino amarillo existen aun: ya se verá en esta nota, paciencia…).
Oz fue dirigida por un ecléctico maestro: Víctor Fleming. Costó –¡en esa década de dólar puro y duro!– dos millones. Judy tenía 16 años y un pecho algo abultado, pero en la ficción debía aparentar 12. Ergo, la fajaron como a un caballo con su cinta…: corsé implacable y vestido azul, que según los expertos es un color que disimula la edad…
(Autoreferencia: mañana me sumergiré en una bañera con agua teñida de ese color)
Los dos millones no fueron recuperados durante ese año, pero hasta hoy han recaudado, como el perdón bíblico, setenta veces siete…
Me olvidaba: Judy ganó el Oscar especial a Mejor actriz Juvenil. Su diploma de estrella…, pese al bombardeo sobre su cuerpo y su alma.
Y llegó, inexorable, el tiempo de los amores.
El primero de los llamados “serios” fue Artie Shaw, un rey del clarinete de la era del swing… que acabó fugándose con la star Lana Turner, bella hasta la locura, peligrosa… y (ya estará en estas páginas algún día: prometido).
Segundo: el músico David Rose… casado. Pero al menos se divorció, y se casó con Judy en 1941.
Tercero oficial (al menos…): el director Vincente Minnelli, elegido para dirigirla en el musical Have Yourself a Merry Little Chirstmas.
Para entonces Judy no parecía Judy. La tiñeron de rubio. Le cambiaron la curva de sus cejas. Le modificaron la curva de sus labios…
Ella y Minnelli se casaron el 15 de junio de 1945. Y el 12 de marzo de 1946 nació Liza (¿es necesario citar su apellido y su genio?)
Apenas un año después, mientras filmaba The pirate, Judy sufrió una crisis nerviosa. La internaron. Pero a los pocos meses se cortó las venas de la muñeca con un vidrio roto.
No pudo terminar, por problemas mentales, las tres películas siguientes. Fue el instante de otro paraíso de la hipodérmica: la morfina, único conteo de ovejitas posible para dormir.
Barranca abajo. En 1951, divorcio de Minnelli. Suspensión constante de filmaciones por llegadas tarde o abandonos. Obviamente, despedida de MGM… sin una lágrima ni un triste rugido del impertérrito león.
Pero –gloriosa Ave Fénix– gira colosal por el tout Reino Unido. Vodevil arrasador –adorada poor la crítica y la taquilla– en el Palace de Broadway. Según Jack Garver, poco amigo de derramar elogios, “uno de los más grandes triunfos personales en la historia del mundo del entretenimiento”. Y de paso, premio Tony…
Junio 8 de 1952: boda con su representante, Sidney Luft. Y el 21 de noviembre, nacimiento de Lorna.
Extraño: en una vida devastada, bodas e hijas, como una simple muchacha de pueblo. De Grand Rapids, Minnesota.
Ave Fénix II: en 1954 filma Nace una estrella para Warner Bros. Dirección: George Cukor (prestigio…). Partenaire: James Mason (no menos prestigio). Las llegadas tarde de Judy ponen de cabeza a su jefe, Jack pocaspulgas Warner. Pero al freír fue el reír. La crítica, de rodillas. Nominada para el Oscar (lo ganó Grace Kelly), y vencedora del Globo de Oro a Mejor comedia musical.
El canto del cisne fue largo y estoico. Especiales de tevé a cambio de centenares de miles de dólares. Cuatro semanas bajo las cegadoras luces de Las Vegas… a 55 mil dólares por week. Conciertos en el Palace neoyorkino –Judy, con laringitis– con fans hasta en la calle.

Pero en la alfombra mágica de 1959 vuela, con ella, una serpiente. Los médicos dicen “Hepatitis aguda”. Y cierran el impío informe con cuatro disparos al corazón:
–Cinco años de vida… y casi imposible que vuelva a cantar.
Pero ellos son solo y apenas médicos. No saben mucho de Super Yo y de “El espectáculo debe seguir”, y de “Todo pasa, pero quedan los artistas”.
Judy, apenas una sombra física, vuelve a arrasar en USA (el Palladium), en el Carnegie Hall, en Inglaterra –giras atronadoras–, cinco premios Grammy, trece semanas en el puesto number one de la revista Billboard (la Biblia)… y en 1962 uniendo su voz de otro planeta con las de Frank –el apellido, ¿para qué?– y Dean Martin.
Estadísticas obligatorias pero poco importantes: entre films, premio, álbumes, nominaciones, honores… más de un centenar.
Su último marido, el empresario Mickey Deans, la encontró muerta en el baño de su casa de Londres. Era el 22 de junio de 1969. Tenía apenas 47 años. Causa oficial: paro cardíaco por sobredosis de barbitúricos. Veinte mil almas la acompañaron hasta el cementerio Ferncliff, Hartsdale, New York. Su pequeño cuerpo yace embalsamado. Pero sus zapatos rojos, uno de los tres pares que usó en El mago de Oz, fueron comprados por Leonardo DiCaprio y Steven Spielberg y donados a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.

The End.

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