martes, 16 de enero de 2018

PENSAMIENTOS COMPLEJOS


Cuando eras chico, ¿qué soñabas con ser cuando fueras grande? Siempre que me hacían esa pregunta, mi respuesta no eran los clásicos bombero o doctor. No. Yo quería ser inventor. Persiguiendo ese sueño, destrocé gran parte de mis juguetes, intentando fabricar una TV en color, aparato que no existía en la Argentina en esa época y siguió sin existir por unos años más, pese a mis intentos. Después la vida me fue llevando por otros caminos y mi ilusión de ser inventor quedó postergada.
Abandonar los inspirados sueños infantiles y reemplazarlos por profesiones más mundanas como contador o abogado es un fenómeno casi universal. Y para mí la causa es la falta de modelos aspiracionales para esas profesiones más jugadas y voladoras. Por eso quiero compartir con ustedes la historia de alguien que vivió una vida relativamente normal hasta tener casi mi edad y dio un giro excepcional a partir de ahí. Y todo motivado por una situación sumamente desgraciada.
El hombre en cuestión, Ladislao Biro, nació en Hungría en 1899 con un peso de apenas más de un kilo. Hasta los 37 años, Biro tuvo los más variados oficios, incluyendo despachante de aduanas, corredor de automóviles, vendedor a domicilio, escultor y pintor. En ese momento ocurrió el quiebre dramático: víctima de la persecución nazi, Biro huyó de su país y perdió prácticamente todo.
Se cruzó en Yugoslavia con Agustín P. Justo, ex presidente argentino, quien, al verlo con un prototipo de su primer gran invento en la mano, lo invitó a radicarse en Buenos Aires. Ya aquí, junto con su socio y amigo Juan Jorge Meyne, terminó de desarrollarlo y patentarlo. Inspirado en ver cómo una bolita dejaba una estela de agua tras cruzar un charco, Biro creó la lapicera esferográfica, mejor conocida por estos pagos como Birome (acróstico que proviene de las primeras letras de ambos apellidos). En palabras de Biro: "El desarrollo del bolígrafo es el resultado de haber podido superar una larga cadena de fracasos. Pero esos reveses nunca me desmoralizaron, los tomé simplemente como lo que eran: un modo de conocer más a fondo cada problema y acercarme un paso más a su solución".
Biro creó una fábrica para producir biromes y unos años después licenció su invento en una suma millonaria a Faber y a Bic. Diferentes variantes de su invento acumularon más de 100.000 millones de unidades vendidas en todo el mundo.
Pero no se quedó conforme con eso. En el resto de su vida generó más de 300 patentes a nivel mundial, y entre sus numerosos inventos se encuentran, aparte del bolígrafo, el sistema de cierre retráctil para bolígrafos, la primera boquilla para cigarrillos con carbón activado, una caja de velocidades automática para automóviles (adquirida por General Motors), una cerradura inviolable, el perfumero a bolilla, el primer lavarropas automático, un aparato para generar energía a partir de las olas del mar, el principio de sustentación magnética para trenes y un sistema para el enriquecimiento de uranio.
Biro murió en Buenos Aires en 1985, pero su legado queda. En el día de su nacimiento se celebra el Día del Inventor. En sus palabras: "Mi vida ha estado signada por el azar, el sobresalto, la incertidumbre, atravesando incluso dos guerras mundiales, y en cuyo cambiante curso crucé más de veinte veces el Atlántico. La suma de todos esos hechos, plena de imprevistas aventuras, de contratiempos y, también, de muchas circunstancias favorables, me ha dejado un maravilloso sentido de la existencia, un equilibrio que me atrevo a llamar felicidad".
¿Qué querés ser cuando seas grande?

S. B.

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