jueves, 19 de octubre de 2017

TECNOLOGÍA; UN MUNDO SIN INTERNET


El primer jet de pasajeros, el DH106 Comet, del fabricante inglés de Havilland, tenía ventanillas para los pasajeros. No parece haber nada raro en esto. Excepto porque -no sé si alguna vez se lo plantearon- no existe ninguna necesidad de que los pasajeros anden mirando para afuera. Cierto, las vistas de los Andes, los Alpes, Roma, París, Barcelona, Nueva York y la gigantesca Buenos Aires, entre muchas otras, cortan el aliento y suelen dejar un recuerdo imborrable. Todo bien, señores pasajeros, pero mejor cómprense una linda postal. Porque las ventanillas no sólo son innecesarias, sino que además son peligrosas.
Bueno, ya no, pero porque la primera versión del Comet le enseñó a la industria una dura lección: las ventanas cuadradas no son una buena idea en un avión. Por razones que sería largo explicar y que tienen que ver con las tensiones que soporta una aeronave y con el cansancio de los metales, las dichosas ventanillas deben ser redondeadas. Así que lo enunciaré de una manera más precisa.
El primer jet de pasajeros, el DH106 Comet, del fabricante inglés de Havilland, tenía ventanillas para los pasajeros, y esas ventanillas causaron al menos dos accidentes catastróficos.


Los incidentes del Comet dejan también algunas moralejas para la seguridad informática. La más importante tiene que ver con la decisión de varios países de debilitar la encriptación en Internet (China, Rusia, Inglaterra) o de proyectar hacerlo (Australia, Francia). Es decir, quieren crear un avión de pasajeros sin ventanillas para evitar accidentes debidos a fallas estructurales. El error de este razonamiento reside en que, en Internet, la encriptación no es una opción. En los hechos, la propuesta equivale a diseñar un avión sin alas, porque está claro que todos los aviones alguna vez accidentados tenían alas. Suerte con eso. En serio.
La excusa, como es público y notorio, tiene que ver con el terrorismo, el narcotráfico y otros delitos gravísimos. Visto por encima, sin entender mucho cómo funcionan estas cosas, tiene sentido. Les sacamos a los terroristas y a los narcos la posibilidad de comunicarse de forma completamente segura, debilitamos su cifrado para que las fuerzas de seguridad puedan investigarlos, y de esta forma estaremos todos más seguros. Es lógico, ¿no?
No. Suena lógico, pero nada más. En rigor, debilitar el cifrado nos volvería más vulnerables ante los criminales. Esto es así porque estamos hablando de computadoras, redes y algoritmos. Un grupo terrorista no puede desarrollar sus propios aviones. Ni siquiera sus propias armas de fuego. Pero esto es software. Los delincuentes, especialmente los más temidos, porque son los que cuentan con más capital, pueden mandar a crear sus propios sistemas de cifrado, invulnerables para los representantes de la ley. Mientras tanto, el resto de nosotros quedaría no sólo más expuesto al espionaje de las agencias de seguridad, sino también a la de los piratas informáticos.



Lo voy a poner bien sencillito. Si no quieren que el crimen use la Red, tienen un solo camino: apagar Internet y pasar a retirar todos los dispositivos digitales de los hogares y las organizaciones en todo el planeta, incluyendo aquellas naciones en las que no los dejarán entrar de buena gana. Cada vez que digo esta frase, que quede claro, es un tono sarcástico, en una suerte de reductio ad absurdum.

Sin embargo, ayer, mientras venía al diario, oí por la radio la noticia de que Donald Trump había dicho, luego de los atentados de esa mañana en Londres, que hay que apagar Internet. Me dirán que hay que tomarlo como de quien viene. Exacto. Viene del presidente de Estados Unidos. Nada menos.
Así que, como hemos llegado a estos extremos, me permitiré aclarar algunos puntos. El primero es que el tweet de Donald Trump es opaco. Algunos lo interpretaron como que hay que apagar Internet y listo. ¿Por qué? Porque -argumenta el presidente estadounidense- es la principal herramienta de reclutamiento de los terroristas. Otros, en cambio, interpretaron que lo que Trump quiso decir es que hay que cortarles Internet sólo a los terroristas. Coincide con sus dichos de 2015 y con el remate de su tweet, en el que afirma que "hay que cortar Internet y usarla mejor". No queda claro cómo podríamos usar mejor algo que hemos cortado, pero es lo de menos. Cualquiera de las dos interpretaciones conducen escenarios semejantes, y esos escenarios no son para nada atractivos.
Así se apaga la civilización
El mundo no puede funcionar sin la Red. Empecemos por aceptar eso, y después podemos charlar todo lo demás. Hace 17 años, el virus Love Letter causó daños por 25.000 millones de dólares sólo porque afectó el correo electrónico. Sólo el correo electrónico.
Ahora imaginemos que, como aconseja el presidente Trump, apagamos Internet. Es cierto. Tiene razón. Es un incordio. Terroristas. Narcos. Pedófilos. Apaguémosla y terminemos con esto de una vez. El primer mandatario estadounidense tiene una fuerte tendencia a las soluciones simplistas. Por eso, analicemos un poco lo que ocurriría si de verdad apagamos la Red.
La primera de las catástrofes sería bancaria. No tanto por el lucro cesante (aunque también), sino porque deberíamos volver al dinero físico. La industria bancaria no podría absorber el costo de manejarse de nuevo con billetes y monedas reales, y colapsaría. ¿Qué tan grave puede ser para las naciones industrializadas quedarse sin banca? ¿Y qué tan pernicioso puede ser para los terroristas y los narcos manejarse sólo con efectivo?
Es sólo el comienzo. Los proveedores de Internet, naturalmente, desaparecerían. Pero otro tanto ocurriría con las compañías de telecomunicaciones en general, porque luego de haber invertido toneladas de dinero en infraestructura, todo ese hardware y esas millones de líneas de código están ahí, desiertas, y, lo que es peor, sin proporcionar ninguna rentabilidad. Los accionistas huirían despavoridos hacia mejores negocios (aunque no quedarán muchos, como se verá pronto) y la industria de la telefonía desaparecería. De un plumazo habríamos ido a parar a 1876. Pero sólo las personas decentes. Las torres de telefonía celular, el cableado de fibra y el resto del hardware no serían desinstalados. Las compañías han quebrado, no tienen dinero para hacer eso. Así que sólo hemos apagado Internet. Pero la Red sigue ahí, lista para ser intervenida por terroristas y narcos.


A duras penas, el resto de las industrias -desde la alimenticia hasta la automotriz- trata de adaptarse. Pero sin Internet la producción se reduce a menos de una décima parte. El lucro no cesa por completo, pero se revierte al ritmo que tenía en 1960, cuando había 3000 millones de personas en el planeta. Ahora hay más de 7500 millones. Dicho más simple, hemos quedado sin la capacidad de alimentar, vestir, transportar y proveer seguridad a buena parte de la humanidad. Pero todavía falta lo peor.

Muy pronto las líneas de producción empiezan a fallar. Sin actualizaciones regulares, sucumben a sus propios bugs o son atacadas por los criminales que han intervenido la infraestructura de Internet que les hemos dejado servida en bandeja. Lo siguiente son los saqueos y las hambrunas.
Tampoco la industria energética está en condiciones de regresar a los tiempos previos a Internet; excepto, claro, los países tecnológicamente más atrasados. Con efectos más devastadores que una fulguración solar, la electricidad se vuelve un bien escaso.
La medicina, la construcción, la agricultura, la ganadería, los carteles luminosos, los semáforos, el comercio, el turismo, casi no existe actividad humana que no dependa de Internet. Sólo unas semanas después de la dislocada medida, el mundo no sólo está hundido en el caos, sino que hemos empoderado a los terroristas. Diría más: hemos hecho el trabajo por ellos. Y los narcos tienen más clientes que nunca.

Más allá de estas escenas, que parecen de ciencia ficción, pero que son enteramente realistas, ¿quién apagaría Internet primero? ¿Contarían hasta diez y todos los presidentes apretarían el botón de apagado? Dejando de lado que tal botón no existe, ¿todos confiarían en todos para presionarlo simultáneamente? ¿Seguro? No sé, algo me dice que si las cosas estuvieran tan bien entre todas las naciones, no necesitaríamos estar hablando de estas cosas.
Vamos por partes


Ahora supongamos -como posiblemente terminen por disfrazar la afirmación del presidente de Estados Unidos- que lo que quiso decir es "cortarles el acceso a la Red sólo a los terroristas". Dos cosas al respecto. Primero, si ya supiéramos quiénes son los terroristas, lo más práctico sería arrestarlos o vigilarlos, no cortarles Netflix. Segundo, no se puede hacer esto. Simplemente, no se puede. Es una de las cuestiones que al poderoso más le cuesta comprender. Que ya no tiene tanto poder como para, con precisión quirúrgica, cerrarles el paso sólo a ciertos individuos en las carreteras IP.
Sí, es técnicamente posible exiliar de Internet durante un rato a ciertas naciones. Es lo que propuso Trump en diciembre de 2015, y agregó que tenía que ir a verlo a Bill Gates "y a un montón de otras personas que realmente entienden lo que está pasando" (con el fin de apagar la Red en ciertas áreas). Declaraciones que vienen a demostrar dos cosas. Que Trump no sabe qué es y cómo funciona Internet. Y que no tiene idea de a qué se dedica Bill Gates. (Ya sé, es todo para la tribuna, pero aún así los dichos son significativos. Los dichos son siempre significativos.)
En todo caso, la única forma en que una nación pueda quedar aislada de Internet es si toma tal decisión por las suyas. De no ser así, una modesta inversión los pondrá en línea d
Y por si todo lo dicho no alcanzara, sabemos de sobra que el terrorismo opera de forma descentralizada y en los lugares en los que tiene pensado atacar. Si de verdad la principal herramienta de adoctrinamiento del terrorismo es Internet, entonces hay que cortar la Red en todo el mundo. Cosa que, como quedó bastante claro antes, sería un suicidio.

Con todo, antes que hacer ninguna de todas estas cosas habría que barrer. Sí, barrer. Existen monumentales basurales electrónicos en los países más castigados (y en otros que no tanto). Si acaso fuera posible retirar todos los dispositivos digitales de las manos de (al menos) los maleantes y si además tomáramos la decisión de apagar Internet, en esas montañas de basura habría suficiente hardware para volver a tener poder de cómputo e Internet en un par de meses. Porque, como ocurrió en su momento con el libro, la Red no está hecha en última instancia de cobre, fibra, routers, computadoras y software. Está hecha de conocimiento. Si apagan Internet, nacerá otra, paralela, clandestina, subterránea; podemos llamarla de mil formas, lo que no podemos es desandar los últimos 50 años. El hombre ya sabe cómo conectar dispositivos en red y cómo vincular esas redes entre sí. El resto se consigue por ahí. (Ya que estamos, ¿cómo se desechan 7000 millones de celulares, 3000 millones de computadoras personales, cientos de millones de servidores y decenas de miles de millones de Internet de las Cosas?)
Me gustaría, antes de cerrar este capítulo distópico, señalar que, al revés de lo que rugió Trump en diciembre de 2015, no he mencionado ni una vez en esta columna el tema de la libertad de expresión. Es por algo. Si apagaran Internet, créanme, nos veríamos envueltos en una catástrofe humanitaria tan monstruosa que nuestra única preocupación respecto de nuestras bocas no sería lo que podemos o no podemos expresar, sino qué vamos a comer ese día. Si es que ese día nos toca comer
A. T. 

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