martes, 17 de octubre de 2017

SE LLAMABA "CAPREX"....CAGAZO PRE EXAMEN....JA JA



Todos lo hemos hecho alguna vez: inventar una enfermedad, velar una mascota querida o. matar a una abuelita. Sí: tan viejas como los exámenes son las excusas para no poder estudiar o para justificar una falta a la escuela (o, ya que estamos, a la universidad o la oficina). Por algún motivo, la semana anterior a los exámenes es particularmente peligrosa para los familiares de los estudiantes, lo que se ha dado en llamar formalmente como el síndrome de la abuelita. Y era cuestión de estudiarlo científicamente, como hizo hace ya muchos años el profesor Mike Adams, del departamento de biología de la Universidad de Eastern Connecticut, en su célebre artículo El síndrome de la abuela muerta en el examen y la potencial caída de la sociedad americana. La hipótesis es muy sencilla: las probabilidades de que se muera una abuela son mucho más altas alrededor de las fechas de examen que en cualquier otro momento del año.
Así fue como Adams analizó 20 años de exámenes y de excusas en su universidad para llegar a la terrorífica conclusión de que la tasa de muertes familiares o TMF (incluyendo, sobre todo, abuelas) pasa de aproximadamente 0,05 muertes por cada 100 estudiantes a 0,5 cerca de los exámenes parciales y hasta más de 1 en los finales. Sí: ¡un aumento de 10 y 20 veces! Y si al estudiante no le está yendo muy bien., la tasa aumenta hasta 50 veces.


El profesor se pregunta si esto se debe a que los familiares se estresan muchísimo cerca de los exámenes, lo que llevaría a aumentos en la presión arterial y a un desenlace fatal, sobre todo en los de mayor edad, abuelitas incluidas. Aun así, es curioso el efecto de género, ya que los abuelitos no parecen ser tan susceptibles al efecto examen (las abuelas son unas 24 veces más propensas a este síndrome). También es interesante que la TMF no aumenta en familias más numerosas, sugiriendo que la responsabilidad del sufrimiento recae en miembros específicos del grupo.


Algunos profesores han notado el efecto creciente del síndrome abuelístico a través de los años. Un modelo estadístico predice que en unos 100 años la TMF será de 644 muertes por cada 100 estudiantes, lo cual implica una epidemia devastadora sobre la humanidad. Adams propone algunas soluciones para evitar tal catástrofe. Por un lado, eliminar los exámenes por completo, lo cual no parece ser muy practicable. Otra posibilidad es admitir sólo huérfanos de abuelos a las universidades. O, de manera quizá más realista, que los estudiantes no les digan a sus familias que están en la universidad ni, mucho menos, que tienen exámenes.
Ha habido extremos inexplicables en esta y otras investigaciones. Por ejemplo, un estudiante que tuvo que lamentar la muerte de siete abuelas. Otro, más misterioso aún, es el de una abuela que sufrió tres mastectomías consecutivas.
En fin, este fenómeno tan importante, aunque poco estudiado, merece la mayor de las atenciones. Es cierto: el artículo de Adams no es sino una broma, con datos inventados sobre la experiencia de tantos familiares en situaciones trágicas en época de pruebas, pero también llama la atención de nuestra capacidad humana de engañar, buscar excusas, mentir de todos los colores y tamaños. Hay toda una rama de la psicología que se dedica a investigar el engaño, sobre todo el que nos hacemos a nosotros mismos, justificando esas pequeñas mentiras con que andamos por la vida. Y esas justificaciones luego se convierten en las excusas que ofrecemos al mundo por nuestro (des)comportamiento. En un trabajo clásico de 1968, los sociólogos Scott y Lyman definen a las excusas como el reconocimiento de un comportamiento incorrecto para el que se puede brindar una explicación racional que nos inhibe de la culpa. Incluso clasifican las excusas en cuatro modos principales: debidas a accidentes, a fenómenos irreversibles, a cuestiones biológicas o a la búsqueda de chivos expiatorios.
Como sea, lo mínimo que podemos hacer es aconsejar a las abuelas que se cuiden, y mucho, en época de examen de los nietos

D. G.

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