jueves, 19 de octubre de 2017

LECTURAS RECOMENDADAS



Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981) construye en Familias de cereal doce relatos perturbadores, donde rige lo extraño. Comienza con el cuento que da título al libro, en el que un niño se fascina con el mundo de la publicidad. Con un grupo de amigos filman anuncios de elementos insólitos como un frasco con orina para picaduras de aguavivas. El protagonista descubre que la cámara genera un comportamiento raro en sus padres e interrumpe sus peleas. Pero los videos finalmente serán motivo de aislamiento y destierro familiar.
"Yo no entendí hasta mucho tiempo después que eso era mi infancia terminando. La infancia termina cuando los otros te ven como un adulto. Alguien capaz de generar tanto dolor ya no podía ser considerado un chico", dice el narrador de "Familias de Cereal".



Las historias toman un rumbo inquietante y en ellas se cuelan reflexiones sobre la locura, la imagen, la relación con el dinero, con una mirada fuerte y ácida. En "Interrupción del servicio", madre e hijo visitan la casa de la empleada doméstica, tras varias ausencias de ella. La anfitriona los recibe con gran esmero. El entorno se vuelve escalofriante cuando descubren que ese hogar es una réplica de su departamento. La relación de la clase media con la otredad también se observa en "Ciudad de cartón". Una familia pide a Ramón, un cartonero de catorce años, que ayude a su hijo Manuel a combatir sus miedos. Así, emprenden una recorrida por los contenedores de basura del barrio hasta que encuentran algo horroroso que interrumpe la excursión.
En "Hacedor de dinero" se muestra el extremo opuesto: lo protagoniza un hombre rico y poderoso en su lecho de muerte.
Los personajes se enfrentan a un mundo aparentemente normal, pero amenazante. En "Animales del imperio", un hijo lee la locura de su padre en sus textos con un homenaje explícito a Cortázar y Borges. Dos chicos obesos se suman a un estricto plan de adelgazamiento en "Cuatro lunas". En "Historia de la caca", el suicidio adolescente aparece en un cuento a primera vista anodino. La muerte también atraviesa "Disco rígido", donde un padre busca furiosamente reencontrarse con su hijo en los archivos de su computadora; así como "La nube y las muertas" en el que una joven ayuda a su abuela y su grupo de amigas a utilizar Internet. En el camino, descubrirá una faceta de los mayores que nunca había imaginado.
Con ecos de Horacio Quiroga (y más contemporáneamente de autores como Samanta Schweblin), Sánchez Bellocchio se mueve con destreza en esa intersección entre el realismo y el fantástico. Son cuentos incómodos, con una cuota siniestra.
FAMILIAS DE CEREAL
Por Tomás Sánchez Bellocchio
Candaya. 191 págs., $ 450



En el comienzo, hay un escritor que no puede escribir y que es millonario. Alejandro Del Valle, tal es el nombre de quien oficia de narrador en El artista más grande del mundo, novela de Juan José Becerra (Junín, 1965). No padece un bloqueo creativo, sino que su padecimiento es sobre todo físico: lo tortura el dolor de espalda. Lo ha probado todo, desde los tratamientos médicos y farmacológicos, pasando por cambios posturales y alimentarios, hasta el punto de intentar escribir colgado de un arnés, sin encontrar en ello el menor alivio.
Con respecto a su fortuna, hay que decir que Del Valle es argentino y con eso bastaría para saber, dado que ésta es una novela que a su modo adscribe al realismo, que su dinero no proviene de suculentos contratos editoriales o de regalías. Pero, por si eso no fuera suficiente, Del Valle es -o supo ser, mejor dicho-, además, un "escritor de escritura", un "escritor marca", con pocos lectores, desconocido fuera de ciertos círculos no obstante sus más de veinte libros publicados. Lo que ocurre, al cabo, es que ha heredado una casa que, aunque ruinosa, está en un terreno valuado en dos millones de dólares, en pleno Barrio Parque.
Su impedimento físico lo obliga a volverse "un escritor que habla", que "escribe en el aire". Esto es, le habla a una máquina que él mismo ha mandado a construir y que sólo registra su voz. Esta práctica le permite alimentar la ilusión de que corta amarras con el escritor que fue, de que avanza a la deriva, ajeno a los melindres del estilo, porque "hablar y errar es la misma cosa con distinto nombre".
Convencido de que "ya no se puede creer en la ficción", Del Valle sostiene que así, a partir de esta metodología, podrá incorporar a lo narrado los problemas que la puesta en marcha de su novela oral le vaya suscitando.



¿De qué le habla a la máquina? Sobre todo de Estaban Krause, gran amigo suyo, "el artista más grande del mundo", a quien le pide asesoramiento para remodelar su nueva casa. Krause es brillante, megalómano, repugnante, irresistible.
¿Es Krause un genio? Se tiene la impresión de que él es más que eso, si es posible. U otra cosa, a fin de cuentas única en su especie. Porque mientras que dos genios pueden ser coetáneos, pongamos Picasso y Duchamp, el mundo no podría albergar dos artistas de la talla de Krause al mismo tiempo. El mercado del arte, por lo pronto, colapsaría, al no saber alrededor de cuál de ellos girar.
Krause vive junto con Greta, su hermosa mujer, en una mansión del Penedès, a cuarenta minutos del centro de Barcelona, donde hay desde un viñedo de sumoll, pasando por el siniestro "bosque de los pares", hasta una habitación del silencio. Expone aquí y allá, es mimado hasta la genuflexión por la crítica, el público lo idolatra. Inspira un miedo reverencial en marchands y funcionarios públicos. Siguiendo a César Aira, "la obra de arte contemporánea se hurta a la reproducción técnica en la misma medida en que ésta avanza y se perfecciona". Así pareciera entenderlo también Krause, pero no deja de advertir acerca de los "imbéciles del ensamblaje", que son todos los artistas contemporáneos menos él.
La novela avanza caótica, engarzando viajes, fiestas y escenas eróticas con reflexiones punzantes y muchas veces amargas sobre la escritura y el arte, sobre la realidad y la ficción, sobre el amor y la soledad. Si su "tema" es Krause, como asegura el narrador, es posible decir que no hay tema que le resulte ajeno.
Así como Del Valle insulta para sus adentros a Krause en reconocimiento de la superioridad de éste, no sería de extrañar que, en ciertos pasajes de El artista más grande del mundo, el lector se descubriera insultando a Becerra por similares motivos. Un acto primario, de signo admirativo, en el que se cifra un modo celebrar una escritura que, libro tras libro (Miles de años, El espectáculo del tiempo), se revela cada vez más libre, loca y provocadora.

EL ARTISTA MÁS GRANDE DEL MUNDO

Por Juan José Becerra

Seix Barral. 296 págs., $ 299

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