miércoles, 18 de octubre de 2017

HACERSE CARGO....BULLYING



Algunos adultos con hijos acusados de este comportamiento lo niegan mientras que otros no saben cómo proteger a los chicos hostigados; en los grupos de WhatsApp abundan las discusiones sobre qué es agresión y qué es acoso

"Si te parece que Ana es anoréxica Vot.A, si te parece que no, Vot.B". La consigna colgada en redes sociales era el principal sustento de las charlas dentro y fuera del colegio de los compañeros de séptimo grado de Ana (días atrás, la consigna había sido comparar su nuevo corte de pelo con el de un varón). Cuando Valeria encontró a su hija llorando con el celular en la mano decidió entrar en el "WhatsApp de las mamis" para buscar ayuda ante este problema que venía in crescendo desde que Ana se integró a un curso donde nunca perdió el mote de "la nueva". "Terminé peleada con todos los padres -recuerda Valeria, de 36 años-. La mamá de la nena que había subido el juego me dijo que eran cosas de chicos, que no me tenía que meter... «Mi hijo no participó, no dijo A ni B», decían otros papás cuyos hijos habían dado like, con lo que seguían siendo partícipes del agravio. ¡Incluso había algunos que festejaban la ocurrencia del juego!".

El chat de las mamis no sólo no fue de ayuda, por el contrario, amplificó aún más el problema. "Después, en el colegio, los chicos usaban parte de la conversación de sus padres contra Ana", recuerda Valeria, que tampoco encontró apoyo en el colegio: "Las autoridades me dijeron que no podían hacer nada porque eran cosas que ocurrían fuera del ámbito escolar". La ayuda vendría de afuera, de un grupo personas que habiendo sufrido bullying sabían cuáles eran las herramientas para sanar las heridas y fortalecer las defensas ante el acoso. Hoy, con su hija parada fuera de un lugar de vulnerabilidad frente a su curso, Valeria analiza el rol de los padres ante el bulllying. "Es terrible la negación de los padres de los chicos que hacen bullying -dice-. Incluso aquellos que mostraban algo de contemplación y me decían que no les gustaría que algo así les pasara a sus hijos, no se sentaban con ellos para hablar y ponerles un freno".
Considerar el bullying "un problema de chicos" es uno de los principales obstáculos para su abordaje. Al hacerse a un lado, los padres validan el accionar de sus hijos y naturalizan la situación de maltrato. Pero en tiempos de redes sociales, esa ausencia se vuelve cada vez más peligrosa. "El bullying es hoy un tema ardiente. Y no porque se trate de un fenómeno nuevo, sino porque en los últimos tiempos se han multiplicado sus vías de acción y, por lo tanto, sus efectos psíquicos se hacen sentir con mayor crudeza", afirma la psicoanalista especialista en niñez y adolescencia Susana Mauer. "Las redes sociales se han convertido en un escenario privilegiado y maldito para accionar destructivamente sobre un compañero. El aparente anonimato del autor del acoso en el mundo virtual parece envalentonarlos con mayor facilidad a amenazar, inventar mentiras, a subir fotos inadecuadas de terceros, publicar información privada comprometida haciéndose pasar por otro. Un accionar impiadoso que entre los 9 y los 15 años se ha convertido en un fenómeno social endémico".
Pero como ilustra el caso de Ana, "el chat de las mamis" resulta en muchos casos, ante padres que dan un paso al costado, un elemento más de potenciación del acoso. "Sin saberlo, estas redes terminan induciendo situaciones de discriminación y bullying entre los compañeritos. Circulando por esta vía, los temas de chicos cobran dimensiones de contiendas adultas -afirma Mauer-. Allí comienzan las escisiones que perjudican la integración que supuestamente todas procuran. El vínculo familias-escuela tampoco se ve muy favorecido por este modo de intercambiar información y opiniones".
Al mismo tiempo, la intensa circulación en los medios de la temática -que por estos días viene en alza como resultado del éxito de la serie de Netflix, 13 Reasons Why - desdibuja sus límites, y así, casi todo conflicto que se presenta en el mundo de los chicos termina siendo bullying. Javier, de 43 años y papá de Juan, de 11, cuenta que hace unos días recibió el exasperado llamado de la mamá de un compañero para decirle que su hijo le estaba haciendo bullying. "Luego de hablar con la mamá, con el colegio y con mi hijo, llegué a la conclusión de que efectivamente Juan le había pegado a un chico, pero en el contexto de una discusión -dice Javier-. Por supuesto que hablé con Juan sobre el tema, pero lo que me parece descabellado es tomar cualquier acto de violencia por bullying, que es otra cosa".
"Cualquier pelea entre chicos no es bullying, las peleas son frecuentes, pero tienen un disparador del momento y se acaba allí mismo -explica Eva Rotenberg, psicóloga que dirige la Escuela para Padres Multifamiliar-. Pueden haber peleas con ensañamiento, pueden ser muy agresivas, pero si son ocasionales, aunque no dejan de ser merecer una seria intervención de las autoridades pertinentes, no son bullying".
Y, entonces, ¿qué es bullying? Discriminación, exclusión, desprecio, maltrato psíquico y físico hacia alguien con quien se comparte un mismo espacio de interacción social -la escuela, el club, una red social- son sus signos básicos, ya que es la imposibilidad de evitar ese contacto cotidiano lo que permite que la agresión, a través del ejercicio de la repetición, devenga en acoso. Así, quien no puede evitar que cada recreo se convierta en un suplicio sufre tanto como quien ve viralizarse en redes sociales esa foto o comentario que lo ridiculiza. En ambos casos, está preso de una situación que, sin freno, tienden a retroalimentarse: Jimena será entonces quien "se hace la linda", Juan el "gordo trolo", Benjamín el "nerd" y Antonella la "grasa". Y todos expiarán el pecado que les ha sido atribuido, de hoy en adelante, hasta que alguien diga basta.
Y aunque muchas veces lo que queda expuesto a primera vista es sólo la existencia de una víctima y de un victimario, no se trata de una violencia de a dos. Siempre alrededor hay un grupo que, a través de la participación, la aprobación o el silencio, confirma, justifica y reproduce la vulnerabilidad de la víctima. El que da like o comparte el video de un chico siendo maltratado es tan fundamental para que un acto de violencia se convierta en acoso como el coro que celebra que a una chica le corten el pelo por "hacerse la linda". Ahora, sin testigos que validen la relación de fuerza entre víctima y victimario, sin un ámbito compartido (real o virtual) del que no se puede escapar y sin reiteración no hay bullying, sólo violencia.
Un obstáculo para su prevención y abordaje, apunta Mauer, "es que el uso del término fue perdiendo precisión, al punto que hoy se ha banalizado el concepto pasando a ser aplicado indiscriminadamente para cualquier situación donde un chico es molestado por otro".
María Antonia Osés, magíster en Lexicografía Hispánica y autora del primer Diccionario Paidós de bullying y ciberbyllying, opina sobre el tema: "El uso que se hace en general de las palabras relacionadas con esta temática no responde en todos los contextos a las definiciones precisas. Sin embargo, no me animaría a decir que se banaliza el uso de los términos, sino que se utilizan con significación aproximada -opina-. Si bien ya hay una realidad instalada en nuestras sociedades con manifestaciones de bullying, es un problema bastante nuevo. Y, como hablantes, nos expresamos utilizando muchas voces que tenemos a mano, ya sea porque las tomamos de los medios o porque las escuchamos casi a diario. Para dar un ejemplo de la vida cotidiana, en mi casa, cuando se sirve una porción de torta más pequeña a alguien, los chicos en seguida saltan diciendo: «Le hacen bullying a papá». Lo toman como sinónimo de discriminación o de una situación injusta".
El problema, claro está, es cuando son los adultos quienes hacen ese uso, cuando menos, impreciso. Antonio, de 10 años, llegó de la escuela con un chicle pegado en el pelo. "¡Bullying!", pensó inmediatamente Clara, su mamá, y no dudó en plantear el caso en el WhatsApp del cole, donde le sugirieron, retroalimentando su indignación, que exigiera una reunión en la escuela con las autoridades, los padres y el supuesto acosador. Cuando se produjo el encuentro, Antonio se sintió avergonzado, lloraba y, luego de varias preguntas, asumió que él había agredido al otro chico primero y que el episodio del chicle había sido totalmente aislado. "La verdad es que me subí a algo por temor sin darme cuenta de que estaba haciéndole peor a mi hijo", dijo Clara meses más tarde de esa reunión.
Mirar para el costado
Pero más allá de lo poco aproximado o banalizado que sea el uso del término, lo cierto es que el bullying existe, que genera daño y que requiere de los padres atención y compromiso en su abordaje. Tanto de los padres de los chicos que lo sufren como -y es este generalmente el lado ausente- de los que lo ocasionan.
"El bullying ocurre porque los adultos miramos para un costado", sostiene Teresita Lagomarsino, docente y subcoordinadora de los talleres de inglés de la Dirección de Educación no Municipal de Vicente López. "Incluso muchas veces los padres del mismo chico que es víctima de bullying no denuncian por vergüenza, por sentirse ellos menos que otros, porque al igual que sus hijos ellos también tienen baja la autoestima. Por otro lado, los papás cuyos hijos son los victimarios obviamente no se hacen cargo. Los chicos hacen espejo de los adultos y si un padre es prepotente lo más probable es que su hijo vaya a ser prepotente, y ambos lo ven como una conducta normal, aceptable", agrega la docente.


En el caso de los chicos que sufren bullying, un problema que señala Eva Rotenberg es que los padres habitualmente llegan tarde al problema: "Tardan en enterarse ya sea porque no se los cuenta el hijo o porque no pueden escucharlo, ya que no saben cómo actuar. Debemos hacer un trabajo terapéutico para que los padres puedan ir a hablar a la escuela y el hijo se los permita, porque teme represalias y no confía en que la escuela hará algo".
"Los padres, sea de la víctima o del agresor, deben entender lo que sucede como una luz de alarma que se enciende en sus hogares -afirma Pedro Horvat, médico psiquiatra y psicoanalista-. Ambos niños coinciden en que expresan, de distinta manera, sufrimiento personal, generalmente, vinculado a la autoestima. La sobreexigencia, los conflictos conyugales, las situaciones de violencia son sólo ejemplos posibles de situaciones que los afectan. Antes de culpar al compañero, la maestra o la escuela, cada familia debe observarse a sí misma con cariño y honestidad, para poder ayudar a su hijo".
Pero incluso en los casos en que los padres están atentos y responden a las llamadas de alerta, la resolución de los conflictos en torno del bullying no siempre es positiva, ya que son muchos los actores involucrados y no todos siempre están a la altura del conflicto. "Hace unos días me llega un WhatsApp de la mamá de uno de los compañeritos de mi hijo con una foto que mostraba la remera del uniforme de las escuela toda escrita en la espalda, diciéndome que había sido mi hijo y que siempre le hacía cosas por el estilo", cuenta Paula, de 42 años, mamá de Nico, de 6, quien acto seguido decidió interpelar a su hijo al respecto.



"Le pregunté de distintas formas, para tratar de averiguar si había sido él, y me repitió una y otra vez que no. Entonces, fui a hablar con la maestra, para ver si era cierto lo que me decía", agrega Paula, que cuenta que la maestra le dijo que no, que no creía que hubiera sido su hijo, pero su consulta llevó al colegio a pedir una reunión de los padres e hijos involucrados en una suerte de "careo". "Estábamos la mamá del chico agredido y su hijo, y yo y mi hijo, y la directora de la escuela le preguntaba al chico si mi hijo le había escrito la remera, obviamente el chico dijo que no, ¿qué podía decir? Hubiese sido o no mi hijo, no iba a decir que sí". Resultado de la intervención: nadie sabe quién escribió la remera, ni si se trata de un hecho aislado o si efectivamente el pequeño está siendo acosado. Al momento, Paula sólo puede confiar en la palabra de su hijo de 6 años.
Susana Mauer, por su parte, abre el foco hacia la actitud general de los padres ante el tema: "A veces se percibe en los padres de púberes y adolescentes un funcionamiento espasmódico que los lleva a estar en alerta solamente cuando algún accidente por sobredosis o alguna serie de Netflix (como 13 Reasons Why) acecha con el suicidio juvenil -opina-. Pero sucede que pasado el momento álgido, el silencio y la distancia en el diálogo vuelven a aquietarse hasta la próxima desgracia". ¿Cosas de chicos?
S. A. R.

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