viernes, 13 de octubre de 2017

GLOBOS DESINFLADOS......LAS ESTADÍSTICAS POLÍTICAS


Es un clásico. Después o antes de cada elección vuelve la discusión sobre las encuestas, que salvo alguna que otra excepción no son particularmente precisas en sus pronósticos. Lo mismo sucedió con el referéndum del Brexit, el acuerdo de paz colombiano, las elecciones españolas y las que consagraron a Trump, entre otras.

Todo indica que medir las opiniones y los comportamientos de las personas es una ciencia desafiante. Ya lo explicó en este diario Walter Sosa Escudero, profesor de la Universidad de San Andrés e investigador del Conicet: "El clima y la política son muy difíciles de pronosticar (...) El primero porque es resultado de complejas interacciones dinámicas y muy sensible a condiciones iniciales. (...) La cuestión social también es compleja, pero además es estratégica: ir a votar y qué votar depende de lo que el votante crea que hará el resto y viceversa, como en el tatetí o cuando se patean penales. (...) El comportamiento estratégico introduce una impredecibilidad intrínseca, invisible aun a la luz de muchísimos datos".
Al parecer, la senda hacia la predicción certera está sembrada de desvíos peligrosos. Uno de ellos es que, según coinciden los analistas, vivimos en una época en la que las personas no se sienten plenamente representadas por los partidos, y hay una legión de indecisos que se inclinan por uno u otro candidato al llegar al cuarto oscuro. Otro, que muchas veces no contestamos lo que tenemos intenciones de votar, sino aquello que nos hace quedar bien (sesgo de "deseabilidad social"). Y también puede suceder que la cantidad de personas que integran la muestra o su diseño no sean correctos. (Por ejemplo, la mayoría se hace por teléfono, lo que deja afuera a aquellos que carecen de teléfono fijo y a los que nos apresuramos a colgar en cuanto escuchamos la sugestiva grabación: "Espere un momento, por favor".) Estos y otros factores pueden contribuir a que el resultado final arroje una foto distorsionada de las preferencias colectivas.
Para el catedrático y escritor catalán Manuel Alfonseca, todo esto se explica por un "pecado original". Las encuestas se basan en la aplicación de una rama de la estadística que se llama "teoría de muestras", que se inventó para estimar si los productos de una fábrica (tornillos, por ejemplo) están bien hechos o son defectuosos sin necesidad de analizarlos uno por uno. "Hay un teorema de la teoría de muestras que calcula cuál es el coeficiente de confianza que podemos tener en que el resultado de la muestra se aplique al resto de la población -dice-. Curiosamente, si se cumplen ciertas condiciones, se puede afirmar que con una muestra de 2000 «casos» el coeficiente de confianza en que los resultados del análisis se extiendan al total es del 95%, independientemente del tamaño de la población." Pero hay un detalle: la población debe ser uniforme y la muestra debe ser "significativa" (representativa). Aunque los encuestadores apliquen todo tipo de artilugios para corregir estas desviaciones, según Alfonseca el coeficiente de confianza que puede pedírseles la mayoría de las veces no es suficiente. (El trabajo de la estadística científica, aclara Sosa Escudero, es justamente medir ese error, y si es pequeño, la encuesta funciona.)



Si a esto se le agrega, como afirma Joel Best en Uso y abuso de las estadísticas(Editorial Cuatro vientos, 2004), que "tenemos una tendencia natural a aceptar los números que coinciden con lo que creemos cierto", lo que debería sorprendernos no es que las encuestas fallen, sino que acierten.
En fin, en broma, hasta podría celebrarse que lo azaroso de este tipo de estudios ayuda a conservar el misterio de las elecciones. Pero el asunto no es tan banal, porque los pronósticos (correctos o incorrectos) influyen en las decisiones de los candidatos y el ánimo de los votantes. Lo bueno, eso sí, es que al día siguiente, en virtud de las particulares interpretaciones que se le dan a la perinola política, todos ganan.
N. B.

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