viernes, 11 de agosto de 2017

EL ESCRACHE; UN CAMINO DE DOBLE MANO


Si bien muchas veces las plataformas digitales son efectivas para "sacarse la bronca" o conseguir algún tipo de solución, la condena social suele ser un castigo efímero que, incluso, termina por aumentar la espiral de violencia
La mujer que bloquea por horas un garaje particular. El profesor universitario que insulta a un alumno. El dueño de un restaurante en Palermo que le contesta de manera soez a una clienta que había hecho una mala reseña del lugar. El peluquero que cobra $ 5700 por unos reflejos. Todos fueron escrachados en las redes sociales. Todos fueron virales. Y todos se sintieron víctimas aunque las acciones por las que se hicieron conocidos los ubican en el extremo opuesto de la culpabilidad. Entre los muchos usos de las redes sociales, el del escrache se ha convertido en el más polémico.
El escarnio digital se volvió la herramienta utilizada por la gente para dirimir cuestiones privadas. "Cada vez mostramos más y subimos la apuesta. Lo que antes quedaba en el ámbito privado, hoy se comparte porque la gente descubrió que con los escraches consigue respuestas y además, casi inmediatas", plantea Laura Corvalán, licenciada en Comunicación de la UBA y experta en redes sociales.
Por su parte, Roberto Balaguer, psicólogo y magíster en educación con especialización en redes sociales, sostiene que el éxito de los escraches digitales se debe a la repercusión inmediata y enorme que alcanzan. Y diferencia dos niveles: el que se da de persona a persona (como el caso del vecino y la mujer que estacionó frente a su casa), y el que se establece entre personas e instituciones o marcas (como ocurrió con la peluquería que cobró 5700 pesos por unos reflejos).
"En el primer caso hay una cuestión de cuán poca empatía existe hoy para ponerse en el lugar del otro y esto es también producto de las redes. La comunicación mediada hace que sea más fácil hacerse el rudo o realizar juicios categóricos. El otro nivel es alimentado por la búsqueda de resultados: los reclamos cara a cara no tienen el mismo efecto que en las redes. Las marcas buscan cuidar su reputación digital y reaccionan cuando un usuario los escracha. Es una herramienta que empodera al consumidor. En ambos casos es utilizada como defensa frente a un ataque. Pero es un arma de destrucción masiva y dependerá de la ética personal utilizarla o no", sostiene Balaguer.
Por eso, siempre que se escracha a través de alguna red social no se trata sólo de alcanzar un resultado o una solución más o menos inmediata. Detrás de ese escrache por redes sociales también puede haber un goce. "El goce es el mostrar y sentir que con eso que comparto te puedo destruir. Hoy cualquiera, aunque no tenga muchos seguidores, consigue hacer ruido -sostiene Corvalán-. Por eso para el escrachado el daño es grande y muchas veces es desproporcionado con lo que el supuesto perjudicado padeció. Incluso hay gente escrachada que ha perdido el trabajo", asegura la especialista, que describe a las redes sociales como "las nuevas plazas públicas" o tribunales populares donde se dirimen todo tipo de cuestiones y no precisamente de la manera más pacífica.
Basta con echar una mirada a Twitter, donde un gran porcentaje de mensajes están dirigidos a señalar errores y a criticar o estigmatizar a otros usuarios. "La gente en estos canales no tiene filtro, hay un efecto de desinhibición total y sale en caliente con los tapones de punta sin medir las consecuencias de lo que dice", reconoce la especialista, que califica a Twitter como la de mayor índice de violencia tanto por el rango de edad -casi no hay niños ni adultos mayores- como por las características propias de esa red social donde el texto es lo principal.
"Facebook te obliga a ser un ser real, en Twitter el anonimato te protege y ahí está la población más aguerrida, de los 25 a los 45, 50 años. Y la brevedad de los mensajes hace que no des muchas vueltas para decir algo. Digamos que si vas a escrachar vas directo al grano", plantea Corvalán. De hecho, en Twitter es donde habitan los haters y los trolls, dos de los habitantes cibernéticos que siembran mayores tempestades digitales.
"Tengo todo el derecho a publicar lo que quiera en mis redes sociales", se defendió Daniela Lopilato -hermana de Luisiana, la famosa actriz- luego de que algunos seguidores y el propio peluquero la criticaran por haber hecho público el cobro a su mamá de $ 5700 por unos reflejos. Ante la repercusión mediática que enseguida tomó el tema, el propio Leo Paparella -dueño de la cadena señalada- deslizó que estaban evaluando ir a la Justicia, molesto por el escrache sufrido. "Esto no va a quedar así, hubiera ido a Defensa del Consumidor si se sintió estafada", dijo el estilista.
Sin embargo, para los especialistas en derecho, el reclamo judicial por estos escraches no sería tan sencillo porque se contraponen dos derechos: "Paparella podría reclamar por afectación de su imagen pero el derecho a la libre expresión jugaría un papel preponderante por el carácter de consumidor de Lopilato. En esos casos lo que los tribunales tienen en cuenta es si el escrache es puntual y justificado en el enojo del momento o si es sostenido en el tiempo y repetitivo. En el segundo caso, lo que la persona busca es justamente afectar la imagen del comercio y causarle un daño, pero no sería así en el caso de que sea algo puntual y producto de un enojo concreto", explica el abogado Sebastián Gamen, especialista en derecho cibernético.
Otra dolida víctima fue el dueño del restaurante de Palermo Lusitano, que molesto ante un comentario de su restaurante en Facebook contestó de muy mala manera a la clienta insatisfecha. Como consecuencia, la mujer terminó subiendo a redes la respuesta y el dueño terminó escrachado. La historia se viralizó en varios medios.
Sucede que desde la aparición de las redes sociales, los canales tradicionales de denuncia cayeron en desuso. O son utilizados en una segunda instancia, luego de recurrir a la herramienta cibernética. Incluso en casos graves como abusos sexuales y violaciones las víctimas eligen escrachar a los abusadores por los distintos canales de Internet antes que hacer la denuncia ante la Justicia. Las estadísticas hablan de un recurso cada vez más utilizado.
"El 70% de las víctimas de abuso y violación, además de la causa judicial, lleva adelante un escrache vía redes sociales-afirmaba el abogado Andrés Bonicalzi, representante legal de la red Víctimas de Violencia- cuando se dieron a conocer a través de Facebook los testimonios de víctimas de abuso de los músicos José Miguel del Pópolo y Cristian Aldana-. Los delitos sexuales tienden a no denunciarse. Por eso, cualquier vía que encuentre la víctima para hacerlo es bienvenida. Y dado el rol protagónico que Facebook o YouTube ocupan en la vida de los niños y adolescentes, es razonable que utilicen las redes para esto también", sostenía el defensor de víctimas sexuales.
Hacia la condena social
Tanto en casos de suma gravedad como en otros calificados como domésticos o menores, el escrache persigue el objetivo de que el supuesto agresor o infractor deba lidiar con la inmediata e implacable condena social. Sin embargo, varios especialistas coinciden en que la condena social como castigo es efímera e incluso puede aumentar la espiral de violencia. "Es un modo muy controversial de denunciar. La denuncia a través de las redes sociales se ha vuelto una forma moderna de la ley taliónica del «ojo por ojo, diente por diente»", sostiene el médico psiquiatra y psicoanalista Juan Eduardo Tesone, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Quien escracha, ¿es consciente del impacto que puede causar? "En general no, uno no sabe hasta dónde puede llegar lo que sube. Yo siempre digo que Internet tiene memoria: lo podés borrar, pero si ya lo levantaron queda. Es decir, lo que subiste o escribiste es para siempre. El problema es que no hay educación digital. En computación los chicos aprenden a programar pero no a entender las consecuencias de lo que suben a las redes. Es fundamental educar en el manejo de estas herramientas", sostiene Corvalán.
Balaguer dice por su parte que la formación en ciudadanía digital debe ser una asignatura obligatoria en los colegios como lo es la instrucción cívica. "Hay que aprender desde chicos a manejarse con respeto y ética en las redes sociales -sostiene el especialista-. El 80% de las problemáticas sociales se originan en el entorno redes, en el ámbito digital y luego continúan en el cara a cara. Los usuarios deben tomar conciencia de las consecuencias de decir determinadas cosas o de mostrar tal o cual imagen. Las personas necesitan aprender a manejar sus emociones online. El manejo de la identidad digital debe empezar desde el primer momento en que un niño comienza a interactuar en redes".
Lo cierto es que el escrache cibernético es un arma letal y poderosa que provoca daños de consideración y de la que nadie está exento. "Por eso, antes de escrachar, piense. El próximo escrachado puede ser usted", advierte Balaguer.

L. R.

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