miércoles, 28 de junio de 2017

EXTRAORDINARIA HISTORIA DE VIDA....


De vez en cuando nos tienta indagar sobre la vida personal del os famosos científicos. Ocurre con los Nobel: ¿cómo no preguntar por el camino hacia el estrellato? Conocimos a unos cuantos, y todos tenían tras de sí una vida de logros académicos. Uno de ellos fue Ilya Prigogine (Física, 1977). Cuando llegó a Buenos Aires, en 1994, se lo consultaba como un oráculo sobre el caos y el azar. James Cronin (Física, 1980) vino a lanzar el Observatorio Pierre Auger, en Malargüe, un gran proyecto internacional para detectar rayos cósmicos de alta energía, esas partículas que atraviesan nuestros cuerpos sin que lo advirtamos. Era expeditivo y pragmático. Serge Haroche (Física, 2012), explorador de la computadora cuántica, llegó invitado por la Fundación Bunge y Born un año antes de que le dieran el galardón. Se había formado en la École Normale Supérieure, instituto parisino al que ingresan apenas 100 alumnos por año.




Algo similar podría decirse de Françoise Barré-Sinoussi, codescubridora del VIH, y de Harald zur Hausen, que desentrañó el papel del virus del papiloma humano en el cáncer de cuello uterino. Ambos compartieron el premio de Fisiología o Medicina 2008. Tuvieron infancias felices y se criaron en contacto con las maravillas de la naturaleza. Oliver Smithies (Fisiología o Medicina 2007) había crecido en un pueblito industrial de la campiña británica y derrochaba calidez, humor y simpatía.



Pero, sin duda, la historia más increíble de todas es la de Mario Capecchi, que compartió el premio con Smithies por haber descubierto cómo fabricar ratones modificados genéticamente. Nieto de un arqueólogo alemán asesinado accidentalmente durante la Primera Guerra Mundial e hijo de un aviador italiano que desapareció en África durante la Segunda Guerra, sobrevivió al abandono, el frío y el hambre, y pisó una escuela por primera vez a los 9 años. Su abuela, Lucy Dodd, era una pintora norteamericana que buscó nuevos horizontes artísticos en Europa, se casó con Walter Ramberg y tuvo tres chicos. De joven, Lucy Ramberg, su madre, se convirtió en poeta y se incorporó a un grupo de artistas antifascistas llamados Los Bohemios. Mario nació en Verona, en 1937, de un tórrido romance entre Lucy y Luciano Capecchi.
 Hasta los cuatro años, la existencia del pequeño transcurriría en la placidez de los Alpes, pero, sabiendo que corría peligro por sus actividades políticas, Lucy vendió la mayoría de sus posesiones y reunió un fondo, que entregó a amigos de una granja vecina para que se hicieran cargo de él si algo le sucedía. En 1941, la Gestapo la tomó prisionera y la envió al campo de Dachau. Un año más tarde, nadie sabe por qué, Mario quedó en la calle y pasó los siguientes tres años pidiendo, robando y sobreviviendo como podía, muchas veces protegido por bandas de malhechores juveniles.
Padeció tifus y terminó en el pabellón de niños abandonados del hospital de Reggio Emilia. Así pasó otro año, y probablemente hubiera muerto si no hubiera sido por la milagrosa aparición de su madre, que, tras su liberación, había estado mucho tiempo buscándolo.
Se dirigieron a los Estados Unidos, donde vivían sus tíos, uno de los cuales era un físico de Princeton que ayudó a desarrollar el microscopio electrónico. Allí, empezó a ir a la escuela el día después de llegar, aunque no hablaba una palabra de inglés. Después vinieron el MIT, Harvard y la Universidad de Utah, donde trabajaba cuando recibió la noticia del Nobel. Tras el anuncio, ¡se enteró de que tenía una media hermana en Alemania a la que no había visto en 60 años!


Nota al pie: la primera vez que Capecchi presentó un pedido de subsidio a los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, le contestaron que su proyecto "no merecía continuarse". Afortunadamente, el científico no hizo caso. Como cuando era un chico abandonado.
N. B. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.