lunes, 22 de mayo de 2017

FANATISMO; DESCALIFICAR LO DIFERENTE

Fanático. Fan. Fana. Hay quienes se visten orgullosamente con cualquiera de estos apelativos y muestran su pasión por algo o por alguien como si se tratara de un logro o de un mérito. Lanzados a ser fanáticos abundan las causas. Pueden ir desde un club de fútbol hasta un grupo musical, desde una cerveza hasta un boliche, desde un deporte hasta un tipo de gimnasia, desde el sol (con su difundida consecuencia de cáncer de piel) hasta un postre, desde un modelo de auto hasta un lugar de vacaciones, desde una marca de cualquier cosa hasta un envase de cualquier otra. Y, lo peor, pululan los fanáticos políticos y religiosos que dejan a su paso intolerancia, destrucción y dolor. "Hacete fan" repite una y otra vez un marketing inconsciente de la palabra que utiliza. Porque invitar al fanatismo es, en definitiva, instigar al abandono del pensamiento crítico, de la capacidad de reflexionar, dones que diferencian al humano de otras especies y le permiten acceder a la libertad verdadera. Es decir, la capacidad de elegir y de hacerse cargo de sus elecciones respondiendo por ellas.
Pareciera que no basta con el simple gusto, afición o inclinación por algo. Como si eso, solo, fuera soft, débil. Hay que convertirlo en fanatismo, negar otra posibilidad, descalificar lo diferente, rechazar todo argumento distinto, convertir una parte en un todo. El polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007), maestro de periodistas cuyas obras Ébano, La guerra del fútbol o El emperador, entre otras, muestran cómo honraba el oficio, advertía: "Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático".
El fanatismo es una forma de reduccionismo que jibariza la realidad, borra la diversidad, achica y oscurece los vastos horizontes de la vida. Es posible que al comprimir el mundo hasta que quepa en el pequeño y rígido estuche de su idea única y fija el fanático se sienta poseedor de una seguridad de la que carece y encuentre un relleno para el vacío de su existencia. Elimina así la duda, el cuestionamiento, el riesgo de pensar, la flexibilidad, el compromiso de decidir o elegir. Tiene creencias y dogmas y no necesita más. Tanto en la vida personal como en el devenir de las sociedades, el fanatismo es un túnel oscuro y sin salida, cuyo recorrido acarrea altos costos. Mariano Moreno hacía un duro vaticinio respecto de su riesgo para el destino colectivo: "El error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria". Como en otros temas, veía con claridad en la oscuridad.
Como suele ocurrir, en cuanto se rastrea sus orígenes toda palabra explica más de lo que en apariencia dice. Fanático, que viene del latín fanaticus, se origina en fanum, vocablo que designaba templos y santuarios en la Antigua Roma, donde se idolatraba a deidades paganas. En un principio se llamaba "fanático" al portero o vigilante de esos templos, pero a partir del primer siglo de nuestra era otro fue el significado. Desde entonces se entendió por fanático a quien estaba poseído por un espíritu o fervor delirante y frenético. Y se usaba la palabra sólo en el ámbito religioso. Hoy, 20 siglos más tarde, aquellos templos se multiplicaron convertidos en estadios, atriles, recitales, calles, redes sociales, manifestaciones y muchos otros ámbitos en los que se vela a la razón, al diálogo, a la diversidad, al disenso. "No se puede razonar con los fanáticos. Hay que ser más fuerte que ellos", decía el filósofo francés Alain (1868-1951). Hablaba de la fuerza de la razón y el pensamiento.
S. S. 

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