jueves, 23 de marzo de 2017

LECTURA RECOMENDADA Y TEMA DE DISCUSIÓN


Hacer política con las armas, la estrategia de un siglo de historia



Debate. En su último libro, el historiador Marcelo Larraquy rastrea los orígenes de la tragedia de los años 70 en la Argentina
¿Por qué, durante décadas, la Argentina no revisó lo que ocurrió verdaderamente en el período previo a la dictadura militar? ¿Por qué se clausuró el debate y se trazó una frontera el 24 de marzo de 1976 para explicar la tragedia emanada de la violencia que por esos años ahogó al país? ¿Por qué se manipuló y se falseó una parte de la historia y nadie lo cuestionó hasta ahora? ¿Es éste el momento para hacerlo y llegar al fondo?
"Hay un trazo grueso de lo que ocurrió desde el 24 de marzo del 76, pero el período previo queda en una nebulosa. Hubo muchas ganas de olvidar ese período, con la idea de que era mejor no hablar de esas cosas porque comprometía a la clase política, no sólo a las Fuerzas Armadas, y a las responsabilidades del propio Juan Perón", afirmó el historiador Marcelo Larraquy, que busca responder en el libro Argentina. Un siglo de violencia política (Sudamericana) las razones por las que durante décadas la política fue cruzada por la violencia. "La violencia -dijo- es incómoda para todos: para el que la vive, para la víctima, para el victimario, para el que la cuenta, para los protagonistas que la sobrevivieron. Entonces, se trata de armar un relato o una memoria y ésta siempre oculta verdades".
Larraquy escribió en su libro: "La década de 1970 fue el paroxismo, el momento más agudo del desarrollo de la violencia política en todo el siglo XX. El crecimiento de las organizaciones armadas, que luchaban por la creación de un incierto orden revolucionario, fue contrarrestado por la represión ilegal impulsada desde algunos sectores del Estado durante el gobierno de Perón y el de su esposa Isabel".
El historiador, que ha investigado en varias obras los años 70 -López Rega, el peronismo y la Triple A; Galimberti. De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA; Fuimos soldados y Los 70, una historia violenta- cree que se han ido dando las condiciones en el país para investigar esos años, con un interés y un objetivo que en otro tiempo estaban clausurados. "Es más útil si podemos indagar históricamente y no manipular los hechos para la política del presente. Ahora es el momento de la historia", dijo en una entrevista
"Alfonsín en 1983, cuando inicia el juicio a las Juntas, no juzga los crímenes de responsabilidad de Estado en el período 73-76. ¿Por qué? Porque hace un pacto con Isabel, en ese momento exiliada en España, porque sino tenía que horadar la responsabilidad del Partido Justicialista", dijo Larraquy. En este contexto, "¿dónde entra la muerte del diputado de izquierda Rodolfo Ortega Peña, el 31 de julio de 1974? ¿Dónde entran los desaparecidos previos al golpe del 76? ¿Cómo se juzgan?", se preguntó Larraquy.
La responsabilidad de Perón

En su libro, que comienza en 1890 con la Revolución del Parque -"los radicales en nombre de la república atacaban cuarteles militares, sedes policiales, con centenares de muertos y al otro día iban a las tribunas y hablaban de la defensa de las instituciones"-, revisa la responsabilidad de Perón en la represión ilegal montada desde el Estado durante su último gobierno, que continúa Isabel y se profundiza con niveles atroces durante la dictadura. "La máscara del terrorismo de Estado del período 73-76, porque existió la represión ilegal y hubo mil desaparecidos registrados en la Conadep, se evacuó con la responsabilidad de José López Rega [ministro de Bienestar Social de Perón e Isabel], diciendo que era un brujo de Villa Urquiza ajeno al movimiento peronista. Una explicación incomprensible presentada por el peronismo que los argentinos asumimos durante décadas y que la clase política acompañó", sostuvo el historiador y periodista.
Varios de los capítulos del libro están dedicados al nacimiento de la guerrilla, deteniéndose en el accionar y el vínculo de Montoneros con Perón, su expansión durante el gobierno de Cámpora y el fin de la sociedad con el viejo líder, que abrió el camino a un período oscuro, de violencia y terror. Perón, tras la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, les prometió a los "enemigos embozados y encubiertos o disimulados" que iba a tronar el escarmiento. Y cumplió.
Según Larraquy, Perón y los Montoneros no se conocían, sino a través de cartas que Rodolfo Galimberti, líder de la Juventud Peronista, le llevó al líder del PJ a su casa madrileña. "Los Montoneros se preguntaban si iban a ser la estrategia o la táctica de Perón, es decir, si iban a ser usados para desgastar a Lanusse o si Perón tenía un proyecto revolucionario, como mencionaba en sus discursos en 1971 y 1972. Perón tuvo una conversación muy mala en su casa de Gaspar Campos, en 1972, y se rompe el idilio, pero Perón necesitaba a Montoneros para la campaña. Al poner a Cámpora, él elige que sea la izquierda la que conduzca el peronismo al poder, lo que envalentona a Montoneros y lleva a plantearle a Perón: ?Nosotros pusimos el cuerpo y la sangre para su regreso, esta guerra con Lanusse no se la vamos a regalar'. Y Perón, que pensaba que iba a dominar el ala izquierda del movimiento con facilidad, no lo logra."
Tras el asesinato del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, dos días después del triunfo arrollador de Perón en 1973, el Consejo Nacional Justicialista, acompañado por gobernadores y ministros, ordenó actuar con todos los elementos de que disponía el Estado "para impedir los planes del enemigo y reprimirlo con todo rigor". "Pero eso -sostuvo Larraquy en la entrevista- el peronismo lo arregla internamente, como si fuera un problema de vestuario, pero estaban en el manejo del Estado. Entonces la responsabilidad es primordial.

 Ese consejo justicialista llama al estado de guerra y declara la guerra y la eliminación del infiltrado, que después continúa con la eliminación de la subversión, como lo toma la dictadura. Hay una continuidad en la represión estatal del 73 al 76, que toma dimensiones mucho más estructuradas y sangrientas con la dictadura militar, con centros clandestinos."
Y agrega: "Lo que el peronismo presenta como una lucha interna es una represión ilegal, porque es el propio Perón el que amenazaba constantemente en salirse de la ley para atacar a los disidentes. Y ahí estaba latente la Triple A para actuar por fuera de la ley, utilizando civiles y parapoliciales, a los que se les agregan después los propios militares, que pavimentan el tránsito hacia la dictadura. Esa responsabilidad del peronismo siempre quedó en la nebulosa, porque se presentaban como víctimas de la dictadura -que nadie niega-, víctimas de un proceso de represión ilegal sobre el cual tenían responsabilidades".
Perón confiaba en la represión de la policía y así lo demostró al reintegrar la Policía Federal al comisario Alberto Villar, un experto en contrainsurgencia formado en la doctrina francesa aplicada en Argelia [murió en un atentado en noviembre de 1974]. Dos años antes, Villar había ingresado con las tanquetas en la sede de PJ donde se velaba a los fusilados de Trelew. "Hay decisiones inequívocas de Perón de hacer participar a la Policía y que desde el Ministerio de Bienestar Social -en un búnker en su edificio se contrabandeaban armas traídas como compras en el exterior- se armaran grupos civiles", expresó Larraquy y señaló: "La idea de terror es previa a la dictadura. Empiezan a matar gente que podía estar relacionada con la izquierda, pero también a disidentes del peronismo, y el gobierno da luz verde para la represión desde el Estado".
"No es que hubo dos demonios", opinó Larraquy sin escaparle a la controversia por la llamada "teoría de los dos demonios". "No se puede equiparar el Estado que representa a toda la sociedad con la guerrilla. Pero las acciones de la guerrilla contra el Estado tienen que ser conocidas porque forman parte de la historia de los argentinos", dijo.
Según el historiador, después de décadas de la violencia de los años 70 nadie se quiere arrepentir de lo sucedido. "Y esto va para Mario Firmenich [jefe de los Montoneros], que se autoexcluyó del relato de su propia historia por el acuerdo con Menem por el indulto, y también para los militares. Los represores -sostuvo- no hablaron durante los juicios, no dicen cuántos desaparecidos hubo, tampoco dónde están. Entonces es muy difícil llegar a una aproximación a la verdad cuando aquellos que estuvieron en ese pasado prefieren no hablar o contar la historia de manera parcial."

J. R.

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