martes, 21 de febrero de 2017

TEMA DE REFLECCIÓN



La poeta polaca Wislawa Szymborska tenía la costumbre de realizar collages en pequeños cuadrados de cartulina y enviárselos a sus amigos. Para eso cortaba títulos, frases e imágenes de revistas, diarios, folletos y cualquier impreso o papel que pasara por sus manos. Los mezclaba, pegaba y construía nuevas unidades de sentido. Pequeñas obras, que, como sus poemas, revisaban escenas de la vida cotidiana, las escudriñaban, veían lo que el ojo perezoso o acostumbrado a las rutinas había dejado de observar y ponía luz, con el suave humor y la profunda ironía que la caracterizaba, en contenidos asombrosos del acontecer cotidiano. Cada poema de Szymborska (se puede rastrear varios en internet) es una maravillosa epifanía hecha de palabras exactas, de frases de luminosa sencillez que muestran las dimensiones desconocidas de lo conocido. Poemas como Un gato en un piso vacío, Identificación, Retrato de mujer, Alabanza de mi hermana, Posibilidades o Amor a primera vista dan buena prueba de su arte. En el último nombrado se lee: Todo principio/ no es más que una continuación, /y el libro de los acontecimientos /se encuentra siempre abierto a la mitad.


En uno de sus collages, Szymborska (ganadora del Nobel de Literatura en 1996, cuando aún se premiaba a los escritores por sus valores como tales y no se los confundía con cantantes) decía: "Al elegir, rechazo: no existe otro método". Una breve y espléndida captación de lo real. Una ilusión del pensamiento suele hacernos creer que al elegir incorporamos o adquirimos algo. Pero en verdad resignamos. Si pudiéramos tener todo lo que dictan nuestros deseos, impulsos o incluso necesidades, no sería necesario elegir. Simplemente lo pediríamos, lo compraríamos, lo tomaríamos, nos lo darían o regalarían. Pero no ocurre de esa manera. No es posible tenerlo todo, no es posible hacerlo todo, no es posible llenar el barril sin fondo de nuestras apetencias. Hay límites e imposibilidades. Existen.


Esto nos lleva a tener que elegir, tomar decisiones, hacer elecciones. Todo eso con sus consecuencias y con el llamado implícito (y explícito) a hacernos cargo de tales consecuencias. A responder por ellas. En síntesis, a hacer elecciones responsables. Si se observa con atención, la vida es una sucesión de elecciones que no cesan ni por un minuto. Algunas casi nimias (¿qué ropa me pondré?, ¿llevaré paraguas?, ¿qué almorzaré?), otras de gran volumen existencial, vinculadas a lo afectivo, a las vocaciones, a lo laboral, al hecho de formar parte de una comunidad, a la condición de ciudadano y a lo moral. Cada elección es una resignación. Al elegir, hay algo que no tendremos porque optamos por otra cosa, hay algo que no haremos porque nos abocaremos a otra acción, hay algo que dejaremos porque nos inclinamos por otra posibilidad. Antes de la elección estaba todo allí y podíamos imaginar la posibilidad acceder a ello sin resignaciones. Después no.



Elegir, y por lo tanto resignar, es una consecuencia directa de nuestra libertad. Si solo respondiéramos al instinto o a programaciones biológicamente predeterminadas, ellas mismas nos llevarían a tomar algo sin dudar y sin sensación de habernos privado de otra cosa. Pero como somos seres condicionados por naturaleza, comenzando por el hecho de nuestra finitud y siguiendo por otras limitaciones, algunas previsibles y otras aleatorias, lo que nos hace libres es el desarrollo de la capacidad de elegir. La suma de nuestras opciones dirá, al final del viaje, cómo hemos elegido vivir y de qué modo fuimos responsables por esa vida escogida. Aquella simple frase de Wislawa Szymborska nos recuerda eso. Que cada elección es una resta que acrecienta el valor de lo elegido.

S. S.

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