jueves, 23 de febrero de 2017

RECUERDOS LITERARIOS Y ......ERÓTICOS



Qué mujer, Doña Flor, han pasado más de cincuenta años desde que decidió vivir con sus dos maridos, entregándose al erotismo afiebrado del desprejuiciado Vadinho, dejándose encandilar por su escandalosa indecencia, y disfrutando al mismo tiempo del resguardo que le ofrece el sentimiento puro y límpido de Teodoro, el respetado y muy circunspecto farmacéutico de este pequeño pueblo de San Salvador de Bahía. Se entiende que al comienzo, con apenas quince años, no haya podido sustraerse a los encantamientos del alegre y despreocupado Vadinho -el cuerpo firme, la sonrisa franca, los cabellos dorados, pero por encima de todo la seducción descarada y el deseo a flor de piel-, que con su descaro y su sensualidad carnavalesca ha ido enredándola desde el primer día hasta conquistar su corazón y sobre todo su cuerpo.
Se comprende también que tras la muerte de su primer esposo (un domingo de carnaval) y un conveniente período de luto y recogimiento, la haya cautivado el amor galante del boticario, hombre prudente en las artes amatorias, distinguido y ceremonioso, que ha traído a su vida firmeza de sentimientos y cobijo, la certeza de que lo encontrará cada noche en su alcoba (la luz convenientemente apagada en caso de que se presente el deseo) y no dando vueltas por ahí, llevando su desenfreno sexual a otros dormitorios como sí hacía Vadinho, si es que no estaba entregándose al juego o a la bebida.



Se entiende además que cierta noche, cuando el recuerdo de su fogoso amante se ha vuelto insoportable de tan vívido, esta suerte de fauno bahiano se le aparezca en toda su esplendorosa desnudez, tal como Dios lo trajo al mundo y como ella lo conoció en aquellas noches de lascivia que no puede olvidar, cuando Vadinho iba desnudándola primero con la mirada lasciva y después con la impudicia de las palabras, venciendo su resistencia y su timidez, enseñándole la libertad de los cuerpos y el fuego del deseo.

Entre esos dos hombres vive Doña Flor, cuyos amoríos debaten las comadres del pueblo (algunas de ellas con admoniciones moralistas) y sobre todo Doña Rozilda, su madre, que primero ha creído ver en Vadinho la concreción de sus sueños y ambiciones (económicas y de ascenso social) y luego, cuando se esfuma el engaño fabuloso en que ha caído, la presencia del mismísimo diablo. Entre esos dos hombres y también entre los aromas de la cocina que regentea y en donde crea platos fabulosos -vatapás y moquecas, xinxins y acarajés- con la misma sensualidad con que se ofrece a su primer marido, de cuyos embrujos jamás puede soltarse.
Han pasado más de cincuenta años desde que Jorge Amado soñó esta historia inconcebible, y ahora que vuelvo a leerla (no en la frondosa Bahía, sino en Río de Janeiro) sigue pareciéndome una novela monumental. Doña Flor y sus dos maridos fue escrita entre 1965 y 1966, y en ella el escritor bahiano ha dejado testimonio de una imaginación frondosa y de un humor delicado que invita a leerla con una sonrisa. Bruno Barreto la transportó al cine diez años después, y en esa traducción la historia cobró una vitalidad nueva con las actuaciones inolvidables de Sonia Braga y José Wilker.


En ese juego de contrastes que propone con ingenio y lenguaje exuberantes Jorge Amado (autor antes de Los capitanes de la arena y después de Tienda de los milagros, títulos que lo afirmaron como uno de los grandes escritores latinoamericanos en los años 60 y 70), encuentran su reflejo otras oposiciones del Brasil de la época: en la batalla entre espíritu y materia (que Amado hace explícita en el primer capítulo) están también las que libran el señor y el esclavo, el blanco y el negro, la libertad y la censura, el oprimido y el opresor; los estudiosos de la literatura brasileña se han encargado de esas lecturas y de otras igualmente atractivas que dan cuenta de la riqueza de la novela, que puso en cuestión la moral burguesa de su tiempo.




Cincuenta años después, todo sigue como entonces. Allí está Doña Flor, un volcán en plena ebullición, desbordante de deseo cuando la aborda el desenfrenado Vadinho y contenida en los brazos del circunspecto y moderado Teodoro. Ella no ha podido elegir a uno de los dos, o mejor, ha elegido quedarse con ambos a uno y otro lado de la cama, lejos de las murmuraciones y de las convenciones, tan cerca de su idea de la libertad

V. H. G. 

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