jueves, 23 de febrero de 2017

HISTORIAS DE VIDA


Ricardo tenía seis años cuando llegó al faro y hoy se acuerda exactamente de cuándo fue por esa misma sencilla razón: viajó el día de su sexto aniversario, tendido sobre un colchón en el camión de la mudanza que lo llevó de Montevideo a José Ignacio. Sus padres acababan de separarse. Esa noche cenó milanesas con papas fritas y huevos fritos. Su plato favorito se convertiría, visto a la distancia, en la campana de largada de una etapa de su vida digna de ser narrada como un cuento.

 Al cuidado del farero José Arce y su mujer -sus abuelos-, vivió literalmente allí las hazañas más increíbles que pueda imaginar un chico. Su habitación estaba pegada a la torre, que él subía y bajaba por los 123 escalones en caracol. Nadar en el mar era cosa de todos los días, también en invierno. Y criar a un pingüino como mascota era normal para quien tenía la playa como "patio delantero" de su hogar. Una vez, mientras fantaseaba mirando el horizonte desde la cúpula, vio encallar un barco: el famoso Renner.

Pasaron casi 50 años, y en este tiempo no volvió a sentir jamás aquel olor de muros viejos y enormes grabado en la memoria de una infancia feliz, sin luz eléctrica, ni teléfono ni televisión. Y será porque ahora estoy sentada yo en un living, rodeada de cuadros con faros y otras escenas marítimas, que me vuelve a la cabeza la historia que Ricardo Alfonso, casi sin querer, me contó hace unos meses en su oficina de la dirección del ballet en Bahía Blanca. Estábamos hablando de trabajo hasta que, hurgando en las razones de su vocación, tiré de una hilacha que me condujo hasta el comienzo de la dictadura en su país. Me contó que en 1973 desplazaron a su abuelo del faro, que se transformó en un bastión militar, y él -cinco años más grande, todavía un niño- le puso fin a esa vida de película. "Cambiaron la casa, construyeron la que está hoy y encontraron objetos impresionantes en medio de papeles viejos, como una bandera que perteneció a Artigas", me cuenta emocionado.



Busco con la mirada cuál de estos faros que pintó Emilio Reato y que se exhiben hasta marzo en el Viejo Hotel Ostende está inspirado en aquel lugar más conocido como epicentro de personajes a la moda que por historias como ésta. Y mientras me hago esa pregunta me detengo en uno celeste y blanco, que cuelga junto a la lámpara de pie de la sala de exposiciones vecina al lobby: tengo la certeza de que le gustará a mi hermana mayor, coleccionista de faros de todas partes del mundo. 

Ella tiene figuras de cerámica, madera, hierro y papel, que compró o le trajeron de Estonia, La Habana, Alaska y de mucho más acá: Ushuaia, Mar del Plata... Trasladé con amoroso cuidado un ejemplar que conseguí en una costa mágica del Pacífico norte: Morro Bay, en California. En el nido vacío que dejaron mis sobrinas cuando crecieron y volaron de la casa familiar, ella dispone las torres a la custodia de la biblioteca. Tiene 59 figuras. Cree que son símbolo de seguridad. "Pase lo que pase, los faros estarán allí para ayudar y dar refugio -dice-. Toman características de cada lugar, pero a la vez son universales. Le sirven a cualquiera que los necesite. Son generosos."

Ni Ricardo ni Mónica me hablaron de las señales, pero íntimamente me entusiasmo con la idea de una señal para descifrar. Mientras espero el horario de la cena en el restaurante del hotel, una amiga me envía un mensaje avisándome que saldrá de viaje. "¿Nueva York? ¡Y yo que te hacía en Claromecó!", le contesto, porque a esta altura del año suele estar en las mansas arenas de donde es su marido. Le digo que justo me ha llamado cuando estoy rodeada de faros, porque hay un artista que... Entonces me envía una foto de un ejemplar de chapa, casi tan alto como una guitarra, que trajo de Claromecó y piensa pintar de negro y blanco, a rayas, para su nueva casa. Lo busco en las paredes, creo que lo encontré. Al final, paladeo con gusto las casualidades, y sigo pensando si no habrá aquí una señal.

C. B. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.