lunes, 23 de enero de 2017

TEATRO RECOMENDADO



Lord / Libro y letras: Pepe Cibrián Campoy / Dirección general: Pepe Cibrián Campoy, Valeria Ambrosio / Intérpretes: Pepe Cibrián Campoy, Georgina Barbarossa, Damián Iglesias, Gustavo Monje, Diego Bros, Belén Pasqualini, Jimena González, Ignacio Monna, Emiliano Oberndorfer, Alejandro Gallo Gosende, Rosana Laudani / Coros: Alejandro Espinosa / Coreografía: Juan José Marco / Escenografía: Jorge Ferrari / Asistente de dirección: Leonardo Gaetani / Vestuario: Alfredo Miranda / Producción ejecutiva: Florencia Blejer / Producción general: Julieta Kalik, Santiago Zenobi / Teatro: Astral / Duración: 110 minutos 


El universo visual se impone con facilidad. Mientras uno se acomoda en la butaca, la belleza de la escena funciona como un imán. Los relojes de diversos tamaños pueblan el escenario, un árbol en un hueco y cierto mobiliario que inscribe una época, una verdadera delicia a cargo de Jorge Ferrari, uno de los más notables escenógrafos de nuestra escena. El cruce es potente y funciona como síntesis del viaje que nos van proponer. Porque en Lord existe una armoniosa convivencia entre lo real y la fantasía.
Con una leve reminiscencia al clásico Cuento de Navidad, de Charles Dickens, Lord se construye intertextualmente. El protagonista es un personaje avaro hasta el extremo que no acepta regalos para no quedar en deuda con quien regala. Ése es un punto de contacto con el cuento, además de coincidir en el día de Nochebuena, en el modo de tratar a su empleado, cierta inclusión de los recorridos por el mundo de la fantasía y, por supuesto, como lo plantea Dickens, se orienta la reflexión para incidir en la transformación del ser humano. Y se confirma que modificarse es posible.
El tono, sin embargo, está en las antípodas del relato inglés. Sin duda, el género colabora para alejarse del dramatismo, pero no solamente eso. El humor predomina y el giro en la ruptura de ciertos estereotipos también, un ejemplo claro es la construcción del personaje de La Parca (la muerte seductora es un clásico, pero ésta, además, es profundamente fiestera), y la imagen de que los muertos no lamentan el lugar ni el estado en el que "viven". La música de Santiago Rosso es preciosa y encuentra para cada situación un tempo. A su vez, los juegos corales y coreográficos ocupan de manera contundente toda la escena cuando la toman por asalto.


Sin embargo, la síntesis entre lo real y la fantasía, la oscilación entre los problemas cotidianos como la soledad, la avaricia, el maltrato, la negación o el dolor por la muerte y lo no cotidiano, los muertos parlantes, cantantes y bailantes, no implica el único entramado. Existe un tiempo para lo colectivo y otro para el exquisito lucimiento de Pepe Cibrián Campoy que construye con mucha ternura ese personaje que está al borde del abismo y que elude caer. La química que logra con Georgina Barbarossa es profundamente interesante. Y hay personajes que son entrañables, como el de Gustavo Monje. Pero, a decir verdad, no hay un solo intérprete que desentone. El sistema funciona como un mecanismo de relojería, bien enmarcado escenográficamente, sin duda por el trabajo cuidadoso de dirección del mismo Cibrián Campoy y la talentosa Valeria Ambrosio.

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