viernes, 20 de enero de 2017

IDEAS...INVENTOS



Hace años, una destacada periodista norteamericana comentó frente a un grupo de colegas que, según un estudio de lectores de The New York Times, las notas del diario sobre temas científicos eran las más enviadas por mail y la palabra que más frecuentemente mencionaban como justificación para hacerlo era awe("asombro"). Ocurre que el viaje intelectual al que invita la ciencia para entender este mundo de enigmas en el que vivimos no tiene nada que envidiarles a las exploraciones de Sherlock Holmes o las aventuras de Marco Polo, y todo sazonado con historias humanas que emulan grandezas y mezquindades dignas de una novela por entregas. Pero si los científicos invitan al deslumbramiento, hay otros personajes que, como Dédalo, que en la mitología griega diseña un par de alas para evadirse de Creta y de las garras de Minos, aunque sorprenden haciendo nuestra vida más fácil con soluciones creativas e inesperadas a problemas prácticos, tienen "menos prensa": los inventores.


No sabemos quién tuvo la idea genial de la rueda, pero otros pasaron a la historia con letras doradas, como Edison (que inventó la lamparita), Marconi (la radio), Tesla (la corriente alterna), Volta (la pila). La Argentina puede enorgullecerse de varios con contribuciones notables, como Ladislao Biro (la "birome"); Vucetich (el sistema dactiloscópico para la identificación de personas), Antonio Rotania (la cosechadora), Luis Agote (el anticoagulante para las transfusiones sanguíneas); Carlos Galli-Mainini (el test de embarazo); Pateras de Pescara (ayudó a desarrollar el helicóptero), Raúl Carrea (la válvula encefálica para la hidrocefalia); Favaloro (el bypass), Milstein (anticuerpos monoclonales); Julio Palmaz (el stent) y Juan Carlos Parodi (cirugía del aneurisma de aorta abdominal), entre otros.
No cabe duda de que ellos ayudaron a cambiar el rumbo de la civilización. Pero también hay un sinnúmero de inventores a los que les debemos gran parte de lo que hoy consideramos "vida cotidiana".
Para prender una cocina, por ejemplo, si no es automática, necesitamos fósforos. Según consigna Edward De Bono en la monumental ¡Eureka! Historia de la invención, se los debemos a John Walker, que los presentó en 1827, después de haberlos inventado accidentalmente mezclando clorato de potasio y sulfuro de antimonio. Los llamó "lucíferos", pero aunque el célebre Faraday lo instó a patentarlos, en su lugar lo hizo Samuel Jones.

El lápiz, que en la actualidad se utiliza en ámbitos tan disímiles como el arte y el maquillaje, fue descripto por primera vez en 1565 por el suizo alemán Konrad von Gesner. Explicaba que era "un instrumento para escribir consistente en una pieza de plomo encerrada en una funda de madera". Sin embargo, fue sólo en 1795 cuando M. J. Conte produjo por primera vez lápices de grafito previamente molido en forma de barritas y cocido en un horno.
Aparentemente, el paraguas ya era conocido en China en el siglo XI a. C. En su forma actual se lo debemos al británico Jonas Hanway, un millonario que a los 38 años se retiró para dedicarse a obras de caridad y se mostró utilizando uno de estos dispositivos en 1750.
Tal vez la historia más simpática es la del termo, que en sus comienzos era una botella de vidrio de doble pared con vacío intermedio, para reducir la pérdida de calor. Lo fabricó John Dewar en 1892 para su hijito, pero su suegra, que no confiaba mucho en su efectividad, ¡le tejió una cobertura de lana para asegurarse de que su contenido no se enfriara! En 1904, un alemán llamado Heinhold Burger concibió su aplicación a las necesidades domésticas y ofreció un premio para el que encontrara el nombre más apropiado para este nuevo utensilio. Ganó thermos, término griego que significa "caliente". Como dice De Bono, "en la mente humana nada hay más importante que una idea". Ni más ni menos.
N. B. 

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