miércoles, 19 de octubre de 2016

REPORTAJE A PAUL AUSTER ¡¡CONOCELO!!!....VALE


El escritor estadounidense Paul Auster, al que siempre le han fascinado los incomprensibles giros del azar, un signo de sus novelas, ensayos y memorias, se siente más desconcertado que nunca frente al futuro político de su país.El autor de La trilogía de Nueva York no oculta su angustia ante la posible llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca.
Pero no todas son preocupaciones. Acaba de terminar 4321, su última novela, que será publicada en enero de 2017 y no mucho después traducida a más de 30 idiomas.


Desde su casa de Brooklyn  para hablar sobre coyunturas políticas y cinematográficas, sobre su aversión a googlearse a sí mismo, y sobre las pulsiones emocionales que pone en funcionamiento según escriba ficción o no ficción.
–¿Qué pasará en las elecciones presidenciales de noviembre?
–No estoy muy seguro. Imagino que ganará Hillary Clinton pero nada está garantizado. He pasado por tantos eventos inesperados en mi vida y ahora las cosas parecen estar volviéndose todavía más impredecibles. Aunque los números se inclinen por ella, no me atrevería a decir que son definitivos. Cuando los británicos votaron por el Brexit, las encuestas decían otra cosa. Y fue un shock. Ahí fue cuando me dije que todo es posible, que Trump puede ganar.
–¿Imaginaba que Donald Trump llegaría tan lejos?
–No, creo que nadie se lo imaginó, ni siquiera él. Trump no es un accidente; surge de una larga cadena de eventos y de formas de pensar el mundo y es el resultado natural de 50 años de pensamiento de derecha en los EE.UU.. El Partido Republicano ha sido siempre un partido racista. Nunca hablan de eso abiertamente, pero siempre ha sido su mensaje secreto. Por eso ganaron en el Sur durante la “estrategia sureña” de Nixon. Una vez que el movimiento por los derechos civiles se fortaleció a principios de los 60, el sur demócrata se volvió republicano por una sola razón: el racismo. Y desde entonces lo han desplegado de distintas maneras. Trump no es nada en lo que la derecha no haya estado pensando todo este tiempo. La diferencia es que es más descarado, tiene menos miedo y se atreve a decir lo que otros no. Yo creo que es peligroso, inestable, que no sabe nada sobre política, ni sobre el mundo de hoy, ni sobre la situación en los Estados Unidos. Sería un desastre como presidente, no sólo para mi país sino para el mundo entero. Habrá que rezar (ríe).
–¿Cuál ha sido el rol de los escritores estadounidenses frente a estas elecciones?
–Esto es algo que a la gente de otros países en general le cuesta captar. Aquí los escritores no tenemos lugar en la gran cultura. Somos seres marginados. Eso no quiere decir que la gente no lea, pero nuestro papel en la cultura es mucho menor que en América del Sur o en Europa. Nadie quiere escuchar lo que tenemos para decir (ríe). Aquí tenemos otro tipo de “realeza”: las estrellas de cine. Ellas hablan para la izquierda o para la derecha y la gente las escucha porque son nuestra clase noble, los bendecidos, los queridos, los reconocidos por todos. Si salgo a tocar puertas por Brooklyn y a preguntar quién es Philip Roth o quién fue Scott Fitzgerald, muy pocos sabrán de qué estoy hablando. Lo que los escritores pensamos no es de interés para nadie en este país.
–Cambiando de tema, su inexistente relación con el mundo digital es famosa. ¿Sigue sin tener computadora?
–Así es, pero ha habido algunas modificaciones. Mi esposa, Siri Hustvedt, me regaló un iPad para mi penúltimo cumpleaños. Sólo lo uso para buscar cosas. Acabo de terminar una novela muy larga que saldrá en enero en Estados Unidos, y con el iPad podía buscar, por ejemplo, qué día de la semana fue el 22 de junio de 1970 o cómo se escribe correctamente el apellido de alguien. Fue de mucha ayuda, pero no lo uso fuera de mi trabajo y nunca me he buscado a mí mismo en Internet.


–¿Nunca?
–No, no quiero saber lo que la gente dice. Es un modo de protegerme, de evitar malos sentimientos. Con los años aprendí que es mejor no leer las críticas. Si dicen algo bueno, no tiene realmente mucho efecto sobre vos, y si dicen algo horrible, duele mucho. Y como no quiero que me hieran más, me protejo así.
–¿Ve series de televisión?
–Rara vez. Lo cierto es que en los EE.UU. las películas no están pasando por un buen momento. La mayoría están hechas para niños de nueve años; son tecnológicamente increíbles, pero no puedo verlas. Me aburro. Creo que el trabajo que solían hacer las películas se ha mudado al reino de la televisión, lo que es a la vez sorprendente e interesante y está lleno de posibilidades, por ejemplo, la de adaptar novelas. Las novelas son muy complejas como para meterlas en las dos horas de duración de una película. Es mejor hacerlas en 16 horas.
–De hecho hay quien dice que las series son las novelas de nuestro tiempo, publicadas por entregas, como “Crimen y castigo”.
–No creo que sea una manera incorrecta de pensarlo. Porque todos necesitamos historias, queremos historias, y no podemos vivir sólo con aventuras de súper héroes. Y si el cine estadounidense ya no quiere hacerse cargo de esto, entonces lo hará la televisión.
–¿Le han propuesto adaptar alguna obra suya a la TV?
–No, siempre han sido proyectos cinematográficos. Pero quién sabe qué pase en el futuro, todavía estoy vivo.
–¿Diría que pone a trabajar distintas “habilidades” al escribir ficción y no ficción?
–El esfuerzo que hay que poner para escribir una buena oración es el mismo. Las demandas y los desafíos ante la página son idénticos. Yo he escrito novelas y memorias. En un caso, desde luego, tenés toda la libertad para inventar lo que quieras; para crear un mundo distinto. Con un trabajo autobiográfico, en cambio, lo esencial es decir la verdad. Nunca he distorsionado voluntariamente nada en ninguna de mis memorias. Pero por supuesto, la memoria puede ser falible; nos puede, digamos, prestar un mal servicio, engañarnos. Por lo que sé, he escrito lo que creí cierto. Y no diría que lidiar con la verdad sea una limitación sino, simplemente, una forma diferente, y hay que entrar de lleno en ella porque el libro no va a funcionar si se rompe el pacto que hiciste con el lector de que estás diciendo la verdad tal como la conocés. Si mentís, ya no es interesante.
–Su próximo libro, “4321”, es su primer trabajo de ficción en cinco o seis años…
–El último fue Sunset Park, que salió en 2010. Fue una experiencia muy intensa para mí, y no pude escribir ficción por un tiempo. Ahí fue cuando trabajé en Diario de invierno, en Informe del interior y en las cartas que escribí con John Coetzee. Así que hubo tres libros en el medio. Pero en 2013 empecé a escribir esta novela, de modo que en realidad hubo una pausa de tres años en la que no escribí ficción.
–¿Y en ese tiempo sólo se dedicó a su nueva novela?
–Sí, y en realidad quedé muy sorprendido por haberla escrito tan rápido, porque el manuscrito tuvo cerca de mil páginas y eso, para mí, es tremendamente rápido. Pero lo cierto es que en ese tiempo no hice nada salvo escribir. Viajé a la Argentina y poco más. Aparte de eso, me quedé en casa y trabajé siete días a la semana en mi habitación, sintiéndome como si estuviera en un bunker y viviendo solo para ese libro. Así fue como salió en tres años.
–¿Escribir “Diario de invierno” e “Informe del interior” hizo alguna diferencia en la manera en que abordó “4321”?
–Sí, me parece que fueron un puente muy importante para mi mente porque hay una gran cantidad de material en esos dos libros que tiene que ver con mi infancia, y la novela también trata sobre la infancia. Creo que las memorias me prepararon para el tipo de trabajo emocional y mental que tenía que poner en 4321. De modo que sí, todo está conectado de alguna manera. Todo es parte de cierta evolución interna que siempre está ocurriendo.

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