jueves, 25 de agosto de 2016

LITERATURA ARGENTINA


Escándalo produjo la irrupción de Eugenio Cambaceres en la escena literaria del Buenos Aires de fines del siglo XIX con Potpurri. Silbidos de un vago, roman à clef que ausculta con socarronería descarnada la hipocresía de la sociedad burguesa de su tiempo. La obra es ahora rescatada en una escrupulosa reedición de Corregidor a cargo de Juan Albin y Emiliano Sued, responsables además de la introducción, las esclarecedoras notas a pie de página y el apéndice que reúne documentos que contribuyen a completar el perfil de Cambaceres como figura pública (sus discursos como diputado, alguna crítica musical, polémicas, correspondencia, una semblanza escrita por Miguel Cané). A través de la historia de Juan y María -matrimonio que desbarranca en el adulterio-, narrada por el "vago" del título (prototipo del botarate de buena cuna que será luego personaje frecuente en la obra de Bioy), Cambaceres, con una prosa que los especialistas de la época consideraron demasiado vulgar para ser llamada literaria, expone la índole farsesca de dos instituciones-pilares de la élite social de su tiempo: el matrimonio que debe "guardar las apariencias" y el sistema político basado en el fraude electoral.

Conflicto actual
Clubcinco editores pone en circulación literatura argentina de los últimos veinte años: Tennessee, de Luis Gusmán, y Plaza Irlanda, de Eduardo Muslip. Publicada en 1997, Tennessee pone de relieve una de las mayores virtudes de Gusmán: la de cincelar personajes de una sutil complejidad más allá de su aparente simpleza. En esta historia de dos amigos, ex levantadores de pesas en el barrio de Avellaneda, la trama de ribetes policiales se activa cuando uno de ellos, Walenski, lee en el diario que alguien está buscando al otro, Smith, compañero que había perdido de vista hacía tiempo. Ocho líneas en la primera página alcanzan para perfilar a Walenski: "Después de mucho tiempo, se persignó. Lo hizo sin darse cuenta, como si una antigua costumbre hubiese retornado de pronto para tomar primero su cuerpo y después su alma. Tuvo un sentimiento de reconciliación con el mundo. Observó con piedad a una vieja que cruzaba la calle con la bolsa de las compras y se sobresaltó cuando el micro estuvo a punto de pisar a un perro que atravesó la ruta. Estar vivo le produjo un sentimiento de felicidad. Respiró hondo y se avergonzó cuando notó que había suspirado".
Señala bien Graciela Speranza, en el prólogo de Plaza Irlanda, la tenue trama de rodeos que el autor teje, como núcleo de su novela, en torno a la anécdota mínima con la que pone en acto a sus personajes. Desde el comienzo lo sabemos todo: Helena, la mujer del narrador, ha muerto en un accidente de tránsito en las inmediaciones de Plaza Irlanda. El narrador ignora qué hacía Helena allí, pero el escritor no pone en esa "intriga leve", como dice Speranza, ningún acento. El hilo de la novela, en cambio, es esa deriva aparentemente sin rumbo de la memoria a través de la historia de amor que unió a los protagonistas, de las casualidades que acercan y separan las cosas (y que Muslip nunca intenta hacer entrar en ningún tipo de causalidad). El relato, como algunos cuadros, procede por acumulación de material, hasta alcanzar espesor, relieve y textura inesperados.
Potpourri. Silbidos de un vago, Eugenio Cambaceres (Corregidor)
Plaza Irlanda, Eduardo Muslip (Clubcinco)
Tenessee, Luis Gusmán (Clubcinco)
V. CH. 

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