martes, 23 de agosto de 2016

HISTORIAS DE GAUCHOS EN MALVINAS


Así fue la vida de los gauchos en Malvinas
Dejaron la impronta de su trabajo, usos y costumbres como en cualquier geografía
En las Malvinas no se encontraron aborígenes. Los primeros en llegar fueron los conquistadores, marinos, colonos, etc. Las voces que se escucharon fueron las holandesas, francesas, inglesas, españolas. Los gauchos que llevaron después formaron el alma insular en la geografía malvinense. Sus trabajos resultaron imprescindibles para el desenvolvimiento rural y dejaron los sonidos propios de las tareas que otros no pudieron o supieron realizar.


Muchas de esas palabras formaron los topónimos de las islas que le dieron un valor evocativo: rancho, rincón, bombilla, corral, carancho, horqueta, cisne, arroyo, etc. Todas voces criollas que se aferraron a las islas. Una evocación a estos elementos tan caros a los sentimientos de esos habitantes, habría sido la consecuencia de que un cerro en la isla Soledad se llamara Bombilla.
En la isla no crecen árboles en forma natural, se necesitan 100 días de temperatura superior a los 10°. Con el tiempo los pobladores fueron plantando especies forestales de clima fríos como el pino y el ciprés. Los primeros navegantes creyeron ver en la costa, unos árboles de brilloso color verde, de una altura de dos metros, semejante a los juncos que los españoles le llamaron "yerba alta". El nombre vulgar es tussac (Poa flabellata). Es una nutritiva gramínea que exige clima frío y húmedo, y fue muy valiosa porque constituyó un forraje invernal cuando escasean los otros pastos. Se extiende por la orilla del mar que lo va regando. Dentro de sus matas robustas forman nido las aves, focas y lobos marinos y ésta aprovecha el guano que le prestan los animales como abono. Los yeguarizos y los vacunos tenían predilección por el tussac que les permitió desarrollar un buen tamaño. También la utilizaban como paja seca para cubrir los techos de las casas.


Había otros pastos: una margarita llamada fachinal (Chiliotrichum diffusum), un oxalis (O. enneaphylla) de color blanco, amarillo o rosado; la verónica (V. elliptica), que se encuentra en ensenadas al reparo de las heladas; la lavanda marina (Peresia recurvata) y el mirto salvaje (Myrteola nummularia) matorral siempre verde que en otoño sus flores recuerdan las violetas; la cortadoría hilosa llamada pasto blanco que crece en los pantanos. El abundante musgo, con el correr de los años se convierte en turba, que se utiliza como combustible de regular calidad.
Se trajo de Escocia una planta denominada gorse, tiene unas muy bonitas flores amarillas, hoy considerada plaga.
La isla tiene ondulaciones con sierra pocos elevadas de formas redondeadas que indican su antigüedad geológica. Presenta un color verdoso debido a los pastos que las cubren, color que se prologa a las llanuras.
Como todavía no existía el alambrado se utilizaban los rincones naturales, los arroyos para contener y explotar el ganado. Los corrales fueron indispensables para los trabajos rurales, primero se construyeron con turba y luego con la piedra del lugar y contaban con un palenque central.
En esos lugares tan lejanos de Buenos Aires donde el viento cortaba el rostro, muy temprano, antes de salir a trabajar, la paisanada se reunía en los ranchos alrededor del fogón, donde conversaban de lo cotidiano, de las hazañas propias y ajenas, de los rodeos, de las tropillas, mientras pasaban el mate de mano en mano. Lo mismo ocurría al regreso de las arduas jornadas, cebando mate calentito, mientras contaban tradiciones y leyendas, cuando no supersticiones. Uno de los artículos infaltable en los reaprovisionamiento que traían los barcos, eran los "tercios de yerba". Cuando el gobernador Luis Vernet viajó con su familia para instalarse en Malvinas llevando colonos europeos, gauchos, indios, negros y muebles finos, piano, arañas de cristal, alfombras, no faltaron los "tercios de yerba mate".
Hoy, a la distancia en tiempo y espacio, gusta imaginar al gaucho en Malvinas, acollarado al mate, con su bombilla en acción, vestido con poncho pampa y boina, trabajando entre esos animales cimarrones, bravíos y cocinando a fuego lento la carne con cuero y abatiendo la ferocidad de un potro indomable.

S. B.

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