viernes, 26 de agosto de 2016

DEL ALMA Y OTROS ASUNTOS INTERNOS


¿Cuántos me gusta son suficientes para ser popular? ¿Cuántos tatuajes para tener la certeza de ser visto? ¿Existe lo que no alcanza la categoría de trend topic, así sea por cinco minutos? ¿Quedará alguna huella de mi vida si no subo a alguna red social la foto de este mismo instante, en el que estoy a punto de bañarme, o en el que desayuno en la cafetería top del momento? ¿Con cuántos seguidores en Twitter se empieza a existir? Y, por fin, ¿qué diferencia hay entre el éxito, la fama y el mérito?


Algo une a estas preguntas. Apuntan a la extendida creencia de que el misterio de la vida consiste en ser popular. No importa el motivo, no importa cómo. Si ese es el propósito, lo más fácil es hacerse famoso. No se requiere talento ni esfuerzo, basta con algún exabrupto que trascienda, una transgresión en lo posible grosera, una actitud insólita o un video patético subido a YouTube. El éxito requiere algo más: sobresalir en algún rubro o mediante alguna realización, alcanzar un triunfo. A su vez el mérito, más silencioso, combina el sostenimiento activo de ciertos principios, la construcción de una ética basada en ellos, el esfuerzo en el mejoramiento y aplicación de determinadas habilidades o fortalezas, el desarrollo de una hoja de ruta existencial, entereza, tolerancia a la frustración. Cuando prevalece lo exterior y lo superficial, cuando la premura se impone sobre la paciencia y los atajos dudosos predominan sobre los caminos ciertos, se reproducen los famosos.
El éxito requiere más trabajo, algunas destrezas, y puede ser, cómo no, recompensa al mérito. Su naturaleza es compleja. Hay una definición social y pública de éxito, y esta depende de lo que, en determinado momento, una sociedad premia, estimula o reconoce. Si se trata del dinero, los ricos serán exitosos, si es el triunfo en lo que sea y de cualquier modo, los ganadores lo serán, y si se trata de cosechar seguidores, likes y otras marcas instantáneas y efímeras, habrá que salir a cosecharlas. 

También puede ocurrir que una sociedad confunda éxito, fama y escándalo y, en la porfía por sobresalir, se instalará el vale todo. Se aplicaría allí lo que supo decir el gran Norman Mailer: "El éxito es sólo la mitad de bonito cuando no hay nadie que nos envidie".
Hay otra cara del éxito, que no sale a la luz, no desfila en pasarelas, no acude a fiestas ni invade redes sociales. Su escenario es el mundo interior de quien lo consigue y sólo resulta percibido por sus ojos. Aunque a menudo también son testigos sus seres más cercanos y queridos. Este éxito consiste en alinear la propia vida con los valores en los que se cree, alcanzar propósitos vinculados al afecto, afrontar la adversidad, atender las necesidades del alma (y no las apetencias y mandatos incitados desde afuera, por voces ajenas). 

"Nuestras almas no están sedientas de fama, confort, riqueza, ni poder", dice el rabino y ensayista Harold Kushner en Cuando nada te basta. Son nuestras mentes las que instalan esas demandas. "Esas gratificaciones -agrega Kushner- crean casi tantos problemas como los que resuelven. Nuestras almas están sedientas de sentido." Anhelan, dice, la necesidad de percibir que nuestras vidas son importantes, que dejan una huella, que el mundo es un poco distinto, acaso mejor, por el hecho de que pasamos por él.
Cuando pese a la fama, a la popularidad y a los seguidores el alma sigue inquieta y cierta angustia se hace crónica, habrá que buscar adentro y no afuera aquello que la calme. Como advertía Rudyard Kipling, autor de El libro de la selva: "Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia"
S. S.

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