jueves, 28 de julio de 2016

NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS POR PABLO KREIMER Y ROBERTO SALVAREZZA



A 50 años de la Noche de los Bastones Largos, dos científicos destacados, con experiencia de campo y de gestión, recorren las consecuencias del episodio que marcó quiebres y exilios, y miran el estado actual de la investigación en la Argentina


No fue una tarde apacible en el centro porteño. El 29 de julio de 1966 la policía de la dictadura de Juan Carlos Onganía decidió desalojar por la fuerza las universidades que habían sido tomadas por docentes y alumnos. La imagen de los investigadores -golpeados y sangrantes- quedó en la memoria y forzó exilios y reconversiones de una actividad que entonces estaba en ebullición, apenas profesionalizada. Esa noche pasó a la historia como la Noche de los Bastones Largos. Otro día de julio, casi cincuenta años después, Roberto Salvarezza, químico y expresidente del Conicet (2012-2015), y Pablo Kreimer, sociólogo de la ciencia (Universidad de Quilmes) y doctorado en el Centre Science, Technologie et Société de París, dialogaron sobre las causas y consecuencias de aquella jornada fatídica para la ciencia argentina, que marcó quiebres y adioses; describen otros momentos críticos para la ciencia en los años que siguieron y discrepan, amablemente, sobre los resultados de los años kirchneristas en ese campo.

LN: -Ninguno de los dos fue protagonista directo de aquellos hechos de 1966 porque eran demasiado jóvenes, ¿verdad?

RS: -Yo tenía 14 años cuando fue la Noche de los Bastones Largos y estudiaba en el Nacional Buenos Aires. Soy del 52, así que estaba en segundo año. Viví gran parte de la época de Onganía en el Nacional. El mundo científico no era el centro de nuestras expectativas, pero sí se percibía un clima asfixiante, de control, aunque no tengo recuerdos de ese día en particular.

PK: -A mí me echaron en 1976 del Buenos Aires. En 1966 estaba en preescolar. Antes de analizar esa noche es bueno tomar en cuenta lo que había pasado en la ciencia argentina los diez años previos, entre 1955 y 1966. Posiblemente haya sido el momento de más renovación y dinámica de la ciencia, de ebullición y de conflictos, con distintos modelos en pugna. Fue la época de la creación de instituciones que perduran hasta hoy. El Conicet en 1958; el INTA y el INTI en 1956; se reorganizó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) que había creado Perón. En esos años se diseña el sistema científico argentino, que sigue con esos organismos, a los que luego se agregaron la Agencia Nacional de Promoción Científica en 1996 y el Ministerio de Ciencia y Tecnología en 2007. Desde el punto de vista de la dinámica de la investigación, también esa década previa a 1966 fue un período muy fértil. Tan fértil que permaneció en la memoria como una época dorada. Yo no sé si fue dorada o no, pero sí estoy seguro de que tuvo una dinámica espectacular. También hay que tener en cuenta que la segunda mitad del siglo XX marcó la emergencia en el mundo de la llamada "Big Science", que requiere otra escala, y aparecen muchos campos nuevos en la posguerra.
LN: -Toda esa aparición de la ciencia en el país, su institucionalización e independencia se quiebran esa noche de julio de 1966.

RS: -Sí. Como dice Pablo, en los años 50 el Estado percibió que necesitaba apropiarse del conocimiento y canalizarlo. Y estaba dispuesto a jugar ese juego. Fue una época muy efervescente, de interés por el conocimiento, con figuras como Rolando García, Manuel Sadosky, Bernardo Houssay. Se valorizaba la ciencia. Por eso esa noche fue un quiebre institucional, un avasallamiento de la autonomía a la que la comunidad científica y universitaria responde. La Facultad de Ciencias Exactas fue la que más se enfrentó con esta intervención de Onganía en la universidad. Las consecuencias fueron importantes. Se sucedieron renuncias y exilios que resultaron un golpe importante para la ciencia nacional. Una parte importante de la intelectualidad se terminó yendo. Se desmantelaron una serie de grupos de investigación e institutos que habían florecido en la universidad autónoma. Ese quiebre institucional del país generó una reacción en cadena, renuncias y exilio de los planteles científicos. Fue algo que quedó en la mente de la comunidad científica como un hito negativo. Y fue el primero de varios: después de la Noche de los Bastones Largos, vino la dictadura de 1976, son los éxodos políticos. Y luego llegaron los éxodos económicos: el final del gobierno de Raúl Alfonsín y la debacle de 2001. Cuatro épocas que generaron un drenaje de nuestro plantel de investigadores y científicos. De todos modos, subrayo que en ese momento el mundo científico circulaba desligado de lo que era su capacidad de interactuar con la sociedad. Exactas era un mundo de científicos importantes, pero ellos no pensaban en términos de impacto de la ciencia en la sociedad.

LN: - ¿Son hitos que funcionan como paraísos perdidos?

RS: -El de 1966 sí fue un paraíso perdido. Pero no en los años 80 y en 2001 porque la ciencia ya venía en un declive bien claro por la desvalorización del conocimiento. El sistema volvió a reflotarse desde 2003.

LN: -¿Qué consecuencias tuvo ese primer desmantelamiento en ese momento y cuáles aún permanecen, cincuenta años después?

PK: -Ante todo hay que tener en cuenta que esa noche se da en medio de la Guerra Fría y la guerra de Vietnam. El mundo estaba dividido y apareció la Doctrina de Seguridad Interior, que sostenía que el enemigo internacional estaba adentro. Esto es parte del escenario y no se entendería Onganía si no se señala su intento de perseguir a los agentes del comunismo internacional. Onganía interviene en la dimensión simbólica y la operativa. La simbólica es que la Facultad de Ciencias Exactas es percibida como foco de peligro revolucionario que hay que reprimir. Pero no porque Onganía esté empecinado contra la ciencia.

RS: -Es interesante ver que las dos dictaduras (1966 y 1976) trataron de aislar a los científicos del ámbito universitario y de los estudiantes. El problema era el contacto con los estudiantes. Los que más sufrieron en el INTA era los extensionistas, ésos fueron los desaparecidos. Un claro interés en los que estaban comprometidos con la realidad del país. Hubo una clara concepción de adónde apuntaban, para separar esa interfaz.

PK: -Otro elemento clave es que en 1966 ya están en la universidad aquellos que son los hijos de los inmigrantes de los años 20. Ingresan en los estudios superiores durante el peronismo y se da un cambio de clase entre quienes hacen ciencia. De los Braun Menéndez y Leloir, que podían estudiar sin trabajar, a quienes no. Hay una masificación relativa, donde aparecen esos hijos de clase media, de inmigrantes integrados al sistema público. Pero para dedicarse a la investigación deben tener salario, entonces es cuando se profesionalizan, gracias al Conicet.

LN: -¿Qué líneas de investigación fueron las más afectadas?

PK: -Se desmantelaron laboratorios enteros al principio. Después la cosa fue más sutil, pero siguieron las renuncias masivas. Por ejemplo, yo investigué la biología molecular en el Malbrán en los años 60, y esa línea desapareció, aunque en La Plata siguieron trabajando. También la informática, que era emergente y prometedora, y muchos se fueron a Venezuela, como Pablo Jacovkis, luego presidente del Conicet, o Rebeca Guber, ambos discípulos de Sadosky que sufrieron mucho. En lo biomédico la cosa fue más compleja y algo se preservó. Los físicos nucleares se refugiaron en CNEA o Bariloche. Lo del 76 fue mucho más fuerte, era el exilio, la muerte o buscar trabajo de otra cosa. Por eso, en el año 66 fue más fuerte el golpe simbólico.

RS: -Simbólico porque rompe el mundo que se había creado por la reforma universitaria, un mundo sagrado. Fue una intervención política sobre el mundo académico. Luego, sí, claro, el 76 fue mucho más violento y no tiene igual. Pero La Noche de los Bastones Largos sigue siendo una referencia.

PK: -Las fotos de los tipos a caballo pegándoles palos a los profesores universitarios. creo que tienen un poder simbólico, más allá de sus consecuencias en tal o cual grupo de estudio. Fue devastador. ¿Qué peor imagen que la policía golpeando a profesores e intelectuales? Es como entrar en un museo y destruir cuadros. Tiene esa misma fuerza simbólica. En cierto sentido contribuyó a generar una especie de mito de eterno retorno en los siguientes cincuenta años. Por eso, Alfonsín elige a Sadosky: fue un gesto significativo, era la idea de restauración.

RS: -En ese sentido del conocimiento como valor para la sociedad es que los científicos también recordamos el "Andate a lavar los platos" de Domingo Cavallo. Son referencias que encierran otro tipo de mensaje. Lo de Cavallo era el claro menosprecio que sentía el sistema político que gobernaba sobre el mundo científico y académico. Son actitudes de los gobiernos ante la ciencia.

LN: -Mencionaba Kreimer la restauración que se intentó con Alfonsín en los años 80. ¿Es comparable al impulso que se le dio a la ciencia durante la década kirchnerista?

RS: -Fue diferente. Yo viví la época de Alfonsín desde el Conicet porque entré en 1977. Es cierto que con Sadosky se reincorporaron cesanteados, pero el discurso de la ciencia como elemento importante para la sociedad no tuvo correlato en un apoyo concreto. Desde el punto de vista presupuestario, la ciencia y la técnica estuvieron congeladas. Yo tenía tres hijos en 1988 y el sueldo de un investigador era de cincuenta dólares. Y se terminó la década con un éxodo por la hiperinflación. Era muy difícil ser científico en la Argentina con esos sueldos. Esa gestión radical no acompañó el discurso de valoración de la ciencia con hechos. En 2003 fue distinto. Hoy el tema salarial está de nuevo instalado en el mundo científico con 50% de inflación. Pero en 2004 estábamos saliendo de la crisis y Néstor Kirchner en plena crisis aumentó 50% el salario del investigador. Y en 2004 entraron 1400 becarios contra doscientas plazas que se estaban dando. Fue un cambio de discurso con una contraparte real y concreta. Sólo hay que mirar cifras: por ejemplo, se multiplicó el presupuesto por cuatro, incluso en dólares, también para universidades y la CNEA. Se hizo una fuerte apuesta para que la ciencia tuviera impacto real. Si se logró o no, es motivo de debate, pero un debate de otra índole. Porque lo concreto es que pasamos de 3000 a 10.000 investigadores, de 100 institutos del Conicet a 200, y se construyeron 150.000m2 de laboratorios. Una política activa, que no fue la de Alfonsín. Y salarios dignos, no estupendos, pero dignos. Más la gente que volvió del exterior. Toda una apuesta del sistema. Si fue relevante o no, es una discusión que tendremos con Pablo.

LN: -¿Entonces se revirtió 1966 al menos en parte?

RS: -Cambiamos la cultura de nuestra comunidad. Antes se discutía neutralidad, hoy no tengo duda de que los científicos están dispuestos a aportar si la demanda social se establece. Lo único que falta es la demanda del Estado y la sociedad, que se requiera del conocimiento del sistema que montó el propio Estado, para sí o para los privados que indirectamente también aportaron.

PK: -Está buena la discusión, estamos de acuerdo en mucho. Respecto de Alfonsín, es cierto que no hubo demasiado más allá del discurso de revalorización. Pero sí creo que los discursos son importantes y él puso al frente de la entonces Secretaría de Ciencia y Técnica y del Conicet a investigadores prestigiosos. El tema es que tuvo un contexto de crisis de la deuda, de planteamientos militares. Hubo voluntarismo con un discurso que no vino acompañado por hechos, un poco por incapacidad de los actores y otro poco por la situación económica. Matizaría lo que dice Roberto porque hubo avances, se normalizaron universidades y el Conicet. Respecto de la década kirchnerista, diría que hubo un aumento muy importante de recursos que hay que celebrar, eso está fuera de discusión. También el discurso de revaloración de la ciencia, la creación del Ministerio y haber puesto a un tipo intachable como Lino Barañao, con cuyas políticas puedo discrepar pero no con sus cualidades. Fueron una serie de avances muy importantes. También en la CNAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) y el INTA; el INTI en cambio tiene sus altibajos, está subaprovechado. Pero discrepo con otras políticas. Me parece que desde 2001 no hay más becas externas, algo muy grave, porque los estudiantes argentinos no se van a estudiar afuera si no es con la agenda de los que los financian, que puede ser la Universidad de Harvard, la Volkswagen o la Ford Foundation. La orientación de las políticas científicas se da con la formación de nueva gente, no al torcerles la muñeca a los que llevan treinta o cuarenta años trabajando en lo mismo. El joven es el elemento más dinámico en la formación de políticas. A eso se renunció desde 2001, y fue algo que se debería haber aprovechado en la época de mucho financiamiento. Brasil tiene 2000 becas por año. Acá se van quince por año.

RS: -No, creo que no es así, es mucho más.

PK: -En los últimos tres años, fueron quince.

RS: -En los otros años fueron muchos más. Pero puede ser un punto a tener en cuenta, sí.

PK: -Hubo muchos recursos, se priorizaron algunos programas y en algunos casos no se hizo tan bien, y éste es un caso grave. También cuestiono el programa Raíces: está bien que vuelvan investigadores, pero el perfil no debería ser el de repatriar posdoctorados sino ver otras opciones. Porque vienen los que de todos modos vendrían. Hay que traer a gente con más trayectoria, con más capacidad de generar temáticas que no existen en la Argentina, y que tienen quince o veinte años en el exterior. Y lo fundamental son las condiciones en que se trabaja. Igual quiero aclarar que la gestión de Roberto es la mejor del Conicet en muchos años. Pero los recursos son pocos, con 15.000 dólares para investigar no se hace ciencia seria. No se puede mandar a congresos, comprar reactivos y demás. En contextos de muchos recursos se podrían haber hecho modificaciones. Los sueldos deberían ser cinco veces más para hacer ciencia de muy buen nivel.

RS: -Todas esas son variables a destacar. Pero miremos este 2016, estos últimos seis meses. Había un sistema que se expandía, con limitaciones como las que señala Pablo, pero se expandía. Que recompuso más de 150.000 m2 de laboratorios que no se tocaban. El Conicet prefirió dar seguridad laboral a sus investigadores. Además, en 2003 el Conicet estaba superenvejecido, y eso cambió. De tal modo que en diciembre de 2015 lo que teníamos era una crisis de crecimiento, de tironeos presupuestarios: cuando vos tenés que manejar 6500 millones de pesos como nosotros en Conicet todo es una cuestión de tironeos y vas en la dirección que sanamente creés que es la mejor. Los subsidios se gastaron en compras de equipamiento e insumos en el exterior. Y miren hoy: el tema es pagar luz, gas, agua, seguridad, limpieza. El efecto del 50% de devaluación es catastrófico para los subsidios científicos. De hecho, se cerraron licitaciones abiertas porque nadie responde y hay un montón de equipos que nadie va a poder comprar. Entonces, desde equipamientos y subsidios el golpe que dio el gobierno de Macri es descomunal; si le sumás el tarifazo, es mortal. Yo pagaba en el Inifta (Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas) 20.000 pesos de luz en noviembre y pasé a 80.000. No sé cómo vamos a seguir después de agosto, porque el presupuesto es el mismo. El impacto es enorme. Y ni hablar del impacto en el poder adquisitivo del sueldo del becario o investigador. Los salarios, si eran bajos, ahora son bajísimos. El ex presidente del Conicet, Eduardo Charreau, ya en octubre hablaba de posible fuga de cerebros. Ahora es mucho más grave. Si queremos recordar la Noche de los Bastones Largos como hito de devastación, creo que tenemos que tener en cuenta que, si seguimos en esta dirección y no aparece un cambio, va a haber otro éxodo.

PK: -Estoy de acuerdo con las dificultades actuales. Algunas se pueden subsanar rápidamente. Si bien esta devaluación es brutal, hace cuatro años hubo otra igual, con el mismo efecto en los laboratorios. A lo que se agregaba la dificultad para ingresar equipo del exterior por las restricciones de importaciones. Eso se pudo haber salvado con un decreto del ministro, como ahora podría hacer lo mismo y exceptuar del tarifazo a instituciones científicas. Pero no lo hace. No se hizo hace cinco años y fue muy grave no importar. Lo último que quiero decir es que los científicos también carecemos de un gremio de investigadores. Eso sigue haciendo falta para discutir. Porque terminan decidiendo gremios 



PABLO KREIMER. Sociólogo (UBA) y doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad (Centro STS, Francia), es profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Conicet. Su especialidad es la sociología política del conocimiento, la ciencia y la tecnología. Es autor de 12 libros, entre ellos Ciencia y periferia. Nacimiento, muerte y resurrección de la biología molecular en la Argentina (2010) y El científico también es un ser humano (2009).


ROBERTO SALVAREZZA. Doctor en Bioquímica (UBA), con estudios posdoctorales en España, es investigador superior del Conicet y director del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas en La Plata (Conicet-UNLP). Fue presidente del Conicet de 2012 a 2015. Su especialidad es la nanociencia y nanotecnología. Ganó el Premio Konex en 2003.

M. d. A.

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