jueves, 28 de julio de 2016

HISTORIAS DE BUENOS AIRES



Una población sobre las orillas de un río marrón. Calles de barro y unas 50.000 personas constantemente preocupadas por la eliminación de pantanos, la "exhalación de «miasmas pútridas» o «gases mefíticos»" y las casas "llenas de insectos", entre los cuales "las pulgas, en particular, eran un verdadero tormento". Donde el verano era una estación "bastante desagradable", el viento norte era insufrible, los pastos se incendiaban con frecuencia y los primeros médicos se preocupaban "por el aire enrarecido" de los hospitales, cárceles y barcos.
Tal es la foto que emerge de Buenos Aires en los tiempos de la Independencia retratada por Alejandro Gillespie en Buenos Aires visto por viajeros ingleses, 1800-1825 (Emecé Editores, 1945); Cinco años en Buenos Aires, 1820-1825, de George Thomas Love (Editorial Claridad, 2014), y Buenos Aires 1800-1830. Salud y delito, dirigido por César García Belsunce (Emecé, 1977).


En esos tiempos en los que proliferaba el curanderismo (como una medicina llamada "panquimogoge", inventada por un tal Le Roy, que era considerada una panacea, hasta que la superchería quedó al descubierto porque varias personas se enfermaron y otras murieron) se engendró el primer esbozo de la ciencia local.
Mientras en Europa se multiplicaba el interés por la química, las ciencias naturales y los fenómenos físicos, en el Río de la Plata se retomaba la tradición que habían instalado los jesuitas con la Universidad de Córdoba (1613) y el Colegio de Monserrat (1687) en la misma provincia.



Cosme Argerich y Manuel Belgrano estuvieron entre los primeros que promovieron, a su manera, actividades científicas. Argerich, como examinador del protomedicato, tuvo que vérselas con la escasez de interesados en los estudios de medicina que ofrecía el Instituto Médico Militar: en 1804 hubo apenas cuatro inscriptos, y en 1807 y 1810, ninguno. En 1799, Belgrano creó la Escuela de Geometría, Arquitectura, Perspectiva y Toda Especie de Dibujo, que se alojó en la Escuela de Náutica, pero duró muy poco: fue disuelta en 1806.



Pero sin duda la figura clave de esos días fue Bernardino Rivadavia. Impulsó la creación de la Universidad de Buenos Aires y gestionó la llegada al país de científicos europeos. Precisamente en 1816, el Directorio creó la Academia de Matemáticas, dos de cuyos directores, el mexicano José Lanz y el español Felipe Senillosa, fueron invitados por el prócer.




Otro de los contratados por Belgrano y Rivadavia fue el multifacético Aimé Bonpland, compañero de Alexander von Humboldt y "el último gran naturalista romántico", según lo describen Miguel de Asúa y Pablo Penchaszadeh en El deslumbramiento: Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt en Sudamérica. Mientras protagonizaba aventuras de todo tipo que hasta lo mantuvieron encarcelado durante nueve años, Bonpland, llegado a Buenos Aires en 1817, actuó como médico y comerciante, reintrodujo la yerba mate en el Río de la Plata y se las arregló para enviar regularmente a Francia un herbario de 60.000 especies, 6000 de las cuales eran desconocidas en Europa.



A instancias de Rivadavia, también, se fundó el Museo Nacional de Ciencias Naturales que lleva su nombre y acaba de cumplir 204 años.
"En la circular que creó el museo, él decía que el propósito era «descubrir y dar a conocer los tesoros de la naturaleza encerrados en nuestro territorio». Es lo mismo que nos ocupa hoy", cuenta el ornitólogo Pablo Tubaro, su director.



En la actualidad trabajan allí 250 personas, un tercio de las cuales son investigadores de carrera, y otro tercio, becarios doctorales y posdoctorales del Conicet. Anualmente, recibe alrededor de 250.000 visitantes, y en ese lapso sus científicos publican unos 150 trabajos en revistas indexadas. Allí investigaron figuras como Burmeister y Ameghino, y aunque es muy conocido por sus hallazgos paleontológicos (el año pasado los estudios de Fernando Novas sobre el Chilesaurus se publicaron en la tapa de Nature), en sus amplísimas salas, que exhiben apenas el 1% de sus colecciones, trabajan grupos destacados en temas como la herpetología, la aracnología, la ornitología, los invertebrados marinos y la genética de especies extinguidas.




A pesar de los tumultos de la independencia y de la organización del país y de sus crisis recurrentes, el museo, la universidad y las iniciativas que los siguieron fueron como semillas lanzadas un poco al azar cuyos frutos hoy hacen honor a una visión de futuro.

N. B. 

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