martes, 21 de junio de 2016

SENTIMIENTOS A DISTANCIA PERO SENTIMIENTOS AL FIN


Los Kruks siempre fuimos una familia muy pequeña. Adolfo y Jacinta, una joven pareja de rusos, llegaron a la Argentina en un barco desde algún lugar remoto en una de las primeras oleadas inmigratorias a fines del siglo XIX. El azar quiso que terminaran en un pequeño pueblo rural de la provincia de Buenos Aires llamado Rivera. Allí, en 1913, nació mi abuelo Bernardo, y de él descendemos los pocos que somos. Pero., ¿habría Kruks en otros lugares del mundo? ¿O seríamos nosotros realmente los únicos? En los días anteriores a Internet, esa pregunta daba vueltas en mi cabeza, pero era imposible tener una respuesta. Por eso para mí fue una alegría enorme cuando descubrí a Mikhail Kruks.


Lo encontré hace casi 20 años buscando en Yahoo. Tuve que extremar mi creatividad para conseguir su dirección de mail. Le mandé un mensaje y esperé ansioso a ver si, desde el lado opuesto del mundo, ese otro Kruks me contestaba.
¡Respondió! Recuerdo mi emoción al ver su e-mail en mi casilla. Vivía en Moscú. Tenía casi mi misma edad y se dedicaba a cosas parecidas. Las coincidencias eran asombrosas. Había pasado algún tiempo en España y sabía un poquito de castellano y algo de inglés.
A medias lenguas nos fuimos comunicando y construyendo una relación. Recién terminaba el régimen comunista de la antigua Unión Soviética y era apasionante compartir y contrastar experiencias sobre nuestros respectivos extremos del mundo. Aprendí mucho de él.
Su familia también era pequeña. Al momento en que lo conocí, pese a no haber llegado aún a cumplir 30 años, yo era el Kruks más anciano. Ninguno de mis predecesores vivía ya y me fue imposible saber detalles suficientes de Adolfo y Jacinta, aquellos inmigrantes iniciales, como para poder rastrear si éramos parientes. No nos importó. Decidimos que éramos familia.



Tuvieron que pasar varios años para que, gracias a la llegada de Facebook, nos conociéramos las caras en fotos. Vimos a nuestros respectivos hijos, compartimos nuestros proyectos. Especulamos con la idea de un viaje donde finalmente encontrarnos en persona. Lo invité a visitar la Argentina y él se entusiasmó. Hizo planes para venir en abril de 2009, pero unos meses antes debió cancelar su viaje por la crisis financiera que el año anterior afectó mucho su trabajo. Decidimos dejarlo para más adelante. Después de todo la vida es larga. Había tiempo.
Pero no. No pudo ser. Poco después, a mediados de 2010, recibí un e-mail de una mujer cuyo nombre ruso inicialmente no reconocí. Estuve a punto de borrarlo pensando que era spam, pero lo abrí. En el correo ella me contaba que unas horas antes, con sólo 35 años, Mika, el Kruks ruso, se murió de repente.
Quedé shockeado con la noticia. Ella me daba un número de teléfono y en minutos me encontré a mi mismo hablando al otro lado del planeta con una mujer rusa que apenas hablaba inglés y tenía la voz quebrada por el dolor. Me emocioné y sorprendí cuando supe que yo era una de las primeras personas a las que ella quiso contárselo. "Vos eras muy importante para él", me dijo.


Muchos sostienen que las redes sociales deshumanizan los vínculos. Que la virtualidad conspira contra la profundidad de las relaciones. Y sin embargo, Mika y yo nunca nos habríamos conocido, nunca habríamos podido decidir ser familia, si no hubiera sido por la red. Por eso, su muro en Facebook me pareció el lugar más natural para dejarle mi despedida y expresar mi tristeza por haber perdido a este buen amigo, a ese otro Kruks, al que finalmente nunca conocí en persona.

S. B. 

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