miércoles, 22 de junio de 2016

LITERATURA SOBRE LA VIDA Y LAS PARTIDAS


Partir es morir un poco, dice un célebre verso del poema Rondel del adiós, escrito por Edmond Haracourt en 1890. El francés Haracourt (1856-1941) fue periodista, dramaturgo, poeta, novelista e incluso conservador de museos. El rondel es un poema que consta de tres estrofas en rima y un estribillo. El que comienza con el verso citado aquí, continúa así: Es morir a lo que se ama/ Se deja un poco de sí mismo / En toda hora y en todo lugar.

 No termina allí, pero su comienzo bastó para convertirlo en un clásico, que el compositor italiano Francesco Paolo Tosti (1846-1916) transformó hacia 1902 en una canción popular que entonó toda Europa y cruzó el Océano.

Más de un siglo después, otro francés, Jean-Luc Nancy, uno de los más reconocidos filósofos contemporáneos, vino a decir lo contrario. Según expresa en ¿Qué significa partir? (breve y sustancioso libro que recoge una conferencia sobre este tema), una vida humana está hecha de sucesivas partidas. El hilo de su pensamiento podría sintetizarse en una frase opuesta a la de Haracourt: partir es vivir.



Los melancólicos estarán de acuerdo con Haracourt, pero una mirada más vitalista puede darle la razón a Nancy. Partimos del vientre materno para salir a la vida. Partimos desde la infancia a la adolescencia, de ésta a la adultez, partimos de la casa paterna/materna hacia un hogar propio, del no saber al conocer. Cada día partimos al salir de casa y volvemos a partir desde donde nos encontremos para regresar. Nuestras mudanzas (pocas o muchas todos las tenemos) son partidas. Cada partida, apunta Nancy, es un viaje hacia la incertidumbre, así sea que salgamos de un espacio conocido para ir a otro lugar también habitual. Nadie puede darnos seguridad sobre lo que ocurrirá en el trayecto.



Partir es también partirse, dice el filósofo con razón. La palabra proviene del latín partiri, que significa dividir. Quien parte, así fuere a lugares cercanos y cotidianos, deja algo de sí en el punto de origen. De ninguna partida salimos completos. Acaso nos completamos, renovándonos, en la llegada. Nómadas en nuestros comienzos y gregarios por naturaleza, los humanos somos seres en movimiento, que partimos todo el tiempo. En otras conferencias y ensayos Nancy ha insistido en que no ve diferencia entre el cuerpo y el alma. En todo caso, el cuerpo es una forma del alma. Por eso no siempre es necesario que nos movamos físicamente para partir. Nuestras emociones, expresadas en el cuerpo, parten hacia nuevos estados, como nuestros sentimientos, pensamientos e imaginación. Cuando recordamos partimos desde el presente al pasado.



Tampoco estamos preparados para lo que encontraremos al llegar. Podemos imaginarlo, desearlo o temerlo, pero jamás lo sabremos hasta estar allí. Nunca estamos preparados, por mucho control que creamos tener sobre la situación. Si lo estuviéramos (coincidencia con Nancy) nada nuevo se agregaría a nuestra vida, partida y llegada serían puntos de unión de un vacío. Toda partida es un viaje de descubrimiento. Y aun así el autor de El intruso y La mirada del retrato insiste en que no hay llegada, que sólo existen las partidas. Lo demás es viaje, movimiento, externo o interno. Hay una sola llegada, dice, la del final de la vida, pero no sabemos a dónde. Y si bien no estaremos más, quedan partes de nosotros (nuevamente la palabra partir en sus dos acepciones) en aquellos con quienes estuvimos. Como nunca, en ese caso, al partir nos repartimos. Y quizás allí coincidan Nancy y Haracourt. Dice el poema de este: Y hasta el adiós supremo, Es el alma que se siembra. Se siembra en los otros y de allí no partirá.

S. S. 

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