jueves, 19 de mayo de 2016

PENSAMIENTOS INTENSOS



"La vida constituye para cada uno de nosotros una larga e involuntaria búsqueda", afirma el antropólogo francés Marc Augé, célebre entre otros hallazgos por haber creado la definición de no lugares, aplicable a supermercados, aeropuertos, shoppings y otros espacios en los se disuelven las identidades de las personas. Aquella definición de Augé está en su breve y hermoso ensayo El tiempo sin edad, en donde reivindica con deslumbrante lucidez el significado y los contenidos que la edad aporta a nuestra vida a medida que avanza.



Aunque no lo expresa puntualmente, es posible advertir que la búsqueda de la que habla Augé apunta al descubrimiento del sentido de la propia existencia. Vivir tiene sentido cuando podemos comprender para qué vivimos. Tanto se habla y se escribe sobre el sentido de la vida y tan poco se dice acerca de en qué consiste. Otra ensayista capaz de presentar sus ideas con sensibilidad y belleza, como la austríaca Elisabeth Lukas (discípula dilecta del gran pensador y médico Viktor Frankl), advierte en su trabajo El sentido del momento, que el sentido de la vida no se encuentra de una vez y para siempre ni se anuncia con trompetas y reflectores. A partir de una fecha cierta, la de nuestro nacimiento, atravesamos edades y, en cada una, mientras fluye el tiempo, algo nos aguarda. Algo a descubrir. La edad, dice Augé, es la experiencia humana esencial y quien la niega huye sin hacer ningún descubrimiento. Pierde un encuentro con el sentido de su propia vida y, por mucho que se embriague con efectos especiales y placeres momentáneos, será presa de la angustia existencial.



Nadie existe en vano, afirma Lukas siguiendo el trazo de su maestro Frankl. Pero no serán otros quienes le digan para qué existe. La búsqueda de ese para qué requiere voluntad. Voluntad de sentido. Vivir atento a las circunstancias de cada momento, para no perder los instantes de sentido. Esos instantes pueden darse durante el desarrollo de una tarea (laboral, profesional, doméstica), en un diálogo, en un momento de intimidad con un ser querido, al mantener una conducta coherente con los propios valores así sea contra la corriente, e incluso en un momento de dolor. ¿Qué es aquello que sólo puedo hacer yo y que si no hago no quedará inscrito en el tiempo y en el mundo? ¿Dónde y cómo dejaré una huella? ¿Cuál es ese sentimiento, esa contemplación, esa confirmación, así se trate de un segundo en el tiempo, por los cuales la vida entera, con sus altos y sus bajos, mereció ser vivida?



De acuerdo con Lukas en esos instantes de sentido siempre estará presente el otro. Acaso porque, como escribe esta autora, siempre, aun cuando no lo parezca, alguien nos espera. ¿Quién? Descubrirlo es uno de los propósitos de la búsqueda señalada por Augé. ¿Para qué? "Para hacer por esa persona lo que esperamos para nosotros", responde Elisabeth Lukas. Esas personas (porque pueden ser más de una y pueden ir apareciendo en diferentes momentos de la vida) nos harán saber que se trataba de ellas. Y no lo harán necesariamente con palabras. A menudo la señal será un simple gesto, una mirada, una actitud. Cada individuo es único, cada momento de sentido también lo es. Hay que olvidar las fórmulas y recetas.



Al final del viaje, o en cualquier momento en que se haga un alto en la marcha, los momentos de sentido estarán ahí, en la memoria, en el registro emocional, en la comprensión intelectual, como perlas que, una vez engarzadas en la tanza del tiempo, dirán cómo hemos vivido o cómo estamos viviendo. Es el eterno resplandor de los momentos de sentido.

S. S. 

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