martes, 24 de mayo de 2016

HISTORIAS DE NUESTRA TIERRA "EL RASTREADOR" POR D. F. SARMIENTO

Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, Ministerio de educación y Justicia y Dirección General de Culturra


EL RASTREADOR
El mas conspicuo de todos, el mas estraordinario, es el Rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas i caminos se cruzan en todas direcciones, i los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, i distinguirlas entre mil; conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: esta es una ciencia casera i popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, i el peon que me conducia echó, como de costumbre, la vista al suelo. "Aquí va", dijo 'luego, "una mulita mora, mui buena.. . esta es la tropa de D. N. Zapata ... es de mui buena silla ... va ensillada. .. ha pasado ayer. .. " Este hombre venia de la Sierra de San Luis, la tropa volvia de Buenos-Aires, i hacia un año que él habia visto .por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto que parece increible, es con todo, la ciencia vulgar; este era un pean de árrea, i no un rastreador de profesión.
El RASTREADOR es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fé en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada i misteriosa. Todos le tratan con consideración: el pobre porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladron, i encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama en seguida al Rastreador, que ve el rastro, i lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa, i señalando un hombre que encuentra, dice friamente: "este es!!" El delito está probado, i raro es el delincuente que resiste a esta acusacion. Para él, mas que para el juez, la deposicion del Rastreador es la evidencia misma: negarla seria ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismo he conocido a Calíbar, que ha ejercido en una provincia su oficio durante cuarenta años consecutivos. Tiene ahora cerca de ochenta años: encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable i lleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputacion fabulosa, contesta: "ya no valgo nada; ahí están los niños." Los niños son sus hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él, que durante un viaje a Buenos-Aires le robaron una vez su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una arteza. Dos meses después Calíbar regresó, vió el rastro ya borrado e inapercibible para otros ojos, i no se habló mas del caso. Año i medio despues, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa, i encuentra su montura ennegrecida ya, i casi inutilizada por el uso. Había encontrado el rastro de su raptor despues de dos años. El año 1830, un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar fué encargado de buscarlo: El infeliz, previendo que seria rastreado, había tomado todas las precauciones que la imájen del cadalso le sujirió. ¡Precauciones inútiles! Acaso solo sirvieron para perderle; porque comprometido Calíbar en su reputacion, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con calor una tarea que perdia a un hombre pero que probaba su maravillosa vista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas; cruzaba un sitio, i volvia para atras, Calíbar lo seguía sin perder la pista. Si le sucedia momentáneamente estraviarse, al hallarla de nuevo esclamaba: "dónde te luías dir!" Al fin llegó a una acequia de agua en los suburbios, cuya corriente habia seguido aquel para burlar al Rastreador. . . ¡Inútil! Calibar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Al fin se detiene, examina una yerbas, i dice: "por aquí ha salido; no ha¡ rastro; pero estas gotas de agua en los pastos lo indican!!!" Entra en una viña: Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, i dijo: "dentro está." La partida de soldados se cansó de buscar, i volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pes-quisas. "No ha salido," fué la breve respuesta que sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dió el Rastreador. No había salido, en efecto, i al dia siguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos políticos intentaban una evasion: todo estaba preparado, los auxiliares de fuera prevenidos. En el momento de efectuarla, uno dijo: i Calíbar! -Cierto!!! contestaron los otros anonadados, aterrados. Calíbar!! Sus familias pudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermo cuatro días contados desde la evasion, i así pudo efectuarse sin inconveniente.
¿Qué misterio es este del Rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imágen i semejanza!

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