jueves, 26 de mayo de 2016

HABÍA UNA VEZ...POR LA SRITA HEART


Sergio peleó por años en silencio con su deseo, sin poder decirle al mundo qué le pasaba. Hasta que conoció a Sebastián y todas sus convicciones se pusieron patas para arriba. Un amor entre dos hombres que eligieron apostar a una vida juntos.
Pasaron cuatro años desde que se conocieron; Sebastián lo vio en la fiesta de una amiga y al otro día le pidió amistad en Facebook. Chatearon durante tres meses antes de fijar lugar y fecha para verse a solas.



Sergio accedió sin demasiadas expectativas. Lo máximo que le había durado una relación no superaba los tres meses y estaba cansado de sentirse decepcionado. "Bueno, ya sé que vas a durar una noche", pensó. Sebastián tampoco esperaba demasiado; estaba disfrutando de su soltería. Pero esa noche, lo que pensaron que serían fuegos artificiales después de una cena sencilla resultó una charla de tres horas en la que se perdieron entusiasmados.
A Sergio le gustaba su voz, su manera de contarle cosas. Se empezó a poner tan nervioso que a cada rato se levantaba para ir al baño; cada vez que volvía, la silla de Sebastián estaba más cerca de la suya. El beso llegó al final y atolondrado, cuando estaba por salir el sol.


Se vieron por segunda vez cuando Sergio aceptó sumarse a una salida que Sebastián había organizado con amigos en un bar. De golpe, se vio sentado en una larga mesa llena de desconocidos, divertido y cruzando miradas cómplices con Sebastián. La siguiente cita fue, para Sergio, la más importante. Sebastián le contó más de su historia como en capítulos de un cuento hermoso, le habló de lo importante que son sus abuelos para él, de su corazón roto dos veces y de la pasión por el teatro, uno de los gustos que comparten. Estaban relajados, Sergio empezó a sentir que podían hablar de todo y se sintió afortunado. Estaba acostumbrado a elegir qué contar de él y qué callarse. Por primera vez sintió que no tenía que fingir. Entonces respiró profundo y tomó la posta. Con delicada ternura le dijo que no podía prometerle demasiado. Que no se imaginaba en pareja, o al menos no de manera oficial. Le contó que su familia no sabía que era gay, su papá había fallecido hacía poco pero aún no se sentía capaz de contarles su verdad. Quién no escucha comentarios discriminatorios entre sus seres queridos, incluso en chiste. ¿Y si a él lo trataban igual? ¿Y si se convertían en un monstruo homofóbico difícil de vencer? Sebastián lo abrazó.


Durante un año estuvieron de novios clandestinamente. Una vez, se fueron un fin de semana a Colonia y Sebastián no aparecía en ninguna de las fotos que Sergio subió a Facebook. Se mudaron juntos sin que su familia lo supiera; "el amigo imaginario de Sergio", se cargaba él mismo. Cuando llegó su cumpleaños hizo dos fiestas: una con su hermana, sus sobrinos y su mamá; otra con amigos, Sebastián y la familia de Sebastián, que jamás lo presionó. Pero le dijo algo que le dio impulso: "La verdad es que yo puedo no estar más en tu vida mañana, tenés que hacerlo por vos. Y no esperes que tu mamá ya no esté para sentirte libre; además, ellos también tienen derecho a saber que sos feliz".
Ese primer verano iban a conocer Tailandia. Iba a ser la primera vez que Sebastián se subiría a un avión: 29 horas de vuelo. Unas semanas antes, Sergio llamó a su tía, con quien tenía complicidad, y le contó todo. Ella entendió que tenía que ayudarlo y armó una merienda en su casa. Comieron facturas hablando de cualquier cosa, Sergio obligó a su hermana a jugar al Burako durante horas para estirar la charla hasta juntar más coraje. Entonces la tía se levantó de la silla y dijo: "Bueno, quiero brindar por Sergio, que se va de viaje, y que siempre se pone feliz cuando los ve felices a ustedes, así que ustedes se van a poner contentos por él". Después lo miró, todos se quedaron mirándolo hasta que dijo: "Estoy feliz, estoy en pareja, se llama Sebastián". Su mamá y su hermana se levantaron de las sillas: fueron a abrazarlo. Le dijeron que lo amaban y le desearon que fuera feliz; el abrazo se hizo más grande; "No volvés más a casa sin Sebastián", le dijeron. Este es el recuerdo más feliz de su vida. Para él fue como renacer. A partir de ese momento, se sintió otra persona: salía a la calle con él, lo abrazaba, no importaba si lo cargaban, si le decían algo feo o los miraban raro. Por primera vez estaba saliendo con un chico sin mirar a los costados. Nunca antes había vivido el amor, supo. "Con vos soy libre", le dijo a Sebastián.


Con el tiempo...
Sergio entendió que el miedo atroz que siempre había sentido era cosa del pasado, una mochila de peso cultural tan pesada que jamás creyó que podía sacarse de encima. "Aprendí a gozar de mi libertad, a aceptarme tal cual soy", dice él, que se reprimía hasta en su forma de vestir. Todavía se acuerda del día que Sebastián iba a acompañarlo a ver departamentos para alquilar, y lo vio llegar vestido de turquesa, de pies a cabeza; y él de marrón. Aprendieron a acompasar los tiempos con el otro y a desdramatizar diferencias a fuerza de comunicación, tolerancia y humor. Sergio, tan estructurado, obsesivo de la limpieza y el orden, acostumbrado a vivir solo desde hacía años; y Sebastián, ocho años más chico, más fresco y más emocional.
Sergio nunca había pensado en casarse, pero cuando se debatió en el Congreso la Ley de matrimonio igualitario se puso a investigar. Leyó los diarios, vio todos los debates, escuchó historias de aquí y de allá, revisó las propuestas de los diferentes diputados y así entendió que se trataba de un derecho. Una vez más, dejó de lado sus propios prejuicios y se dispuso a abrir su corazón. Abrazó su naturaleza y se dio cuenta de que en realidad la había combatido durante muchos años. Sin embargo, no pensaba en casarse, hasta que supo que ese era uno de los sueños de Sebastián. 

Intentó sorprenderlo en su cumpleaños de 2014, pero fue imposible: "Es un experto en descubrir sorpresas", dice Sergio, que decidió sonreír cuando Sebastián le dijo: ¿me vas a pedir matrimonio?, antes de que le diera las alianzas que había mandado a grabar para los dos.
La ceremonia fue en abril, primero por civil y después en una fiesta en la que se declararon amor eterno frente a familiares y amigos. Fue la primera vez que se dijeron qué esperaba uno del otro. Sebastián les contó que había aprendido de sus abuelos que el amor es la necesidad de vivir la vida con el otro, porque con el otro es mejor. Sergio confesó que nunca había imaginado eso para él, se acordó de todas las veces en las que pensó que su destino era una molesta lluvia infinita y se rió por dentro de él y del tiempo. Miró a Sebastián a los ojos cuando le dijo que se sentía mejor persona a su lado, que junto a él había aprendido el valor de la libertad. Después se besaron, sonrieron y se prometieron, de paso, como una cláusula inquebrantable, que aburrirse juntos, jamás.

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