domingo, 29 de mayo de 2016

FECHAS QUE IMPORTAN


Hay fechas que nos convocan a todos como argentinos:días pasados se  cumplió un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. En poco menos de dos meses tendrá lugar otra celebración clave, la del bicentenario de nuestra independencia, el 9 de julio. Se trata de hitos que trascienden el sentido histórico uniéndolo inevitablemente a la recuperación de valores tan vapuleados en los últimos años como el de la reconciliación y la fraternidad, oportunamente resaltados en la reciente carta que el papa Francisco le envió al presidente
Entre otros aportes, la sociedad debe agradecer el de la Academia Nacional de Historia, dirigido al esclarecimiento del pasado argentino y, en especial en estos momentos, por las contribuciones que realzan la importancia del bicentenario de la declaración de la independencia nacional.


En el caso de la celebración del 9 de Julio, resta todavía una movilización institucional acorde con la significación de lo dispuesto ese día de 1816 por el congreso que integraron Buenos Aires y las provincias que actuaban sin sujeción al caudillo oriental José Artigas. En las dos jornadas consagradas por aquella academia a ese aniversario, en la que fue sede del viejo Congreso de la Nación, a unos pasos de la Plaza de Mayo, historiadores argentinos y extranjeros reflejaron la importancia relevante de esa fecha.
Lo había anticipado el general José de San Martín al insistir en que debía apurarse el acto de emancipación, que se demoró 15 meses desde la constitución del congreso reunido en Tucumán: sin la declaración de independencia formalmente pronunciada, seguiríamos siendo para España, y para las demás potencias europeas que la asistían en la voluntad de recuperar las colonias perdidas, un pueblo amotinado contra la corona.
En 1815, la expedición del general Pablo Murillo, con efectivos de una flota de más de treinta buques, se había apoderado de Caracas, pero aun después de partir de España no se sabía bien si no se dirigirían en realidad hacia el Río de la Plata. Portugal ocuparía la Banda Oriental en 1816, mientras otros contrastes se sucedían para los criollos alzados contra la metrópolis en partes diversas del continente. Alejandro, zar de Rusia y una de las voces de acompañamiento más enérgico de España contra los alzamientos en las colonias de América, llegó a proponer entre sus aliados una expedición conjunta, de la que luego se rectificó.
Sólo a partir de 1820, con la influencia de hechos tan decisivos para la libertad de estas tierras como fueron el desembarco de San Martín en Pisco y el levantamiento liberal del general Riego en España, celebrado por las tropas refractarias a perder sus vidas en América, la causa que se había abierto casi simultáneamente en Caracas y Buenos Aires diez años atrás entraba al fin en un curso triunfal inexorable.


San Martín advirtió que, carentes de una declaración formal de independencia, no podíamos esperar ayudas estables de nadie y sí, en cambio, hasta la negación generalizada del derecho de gentes y del trato humanitario para los tropas que sólo median entre naciones civilizadas. No alcanzaba en su visión con los atributos simbólicos de que nos habíamos revestido por resoluciones de la Asamblea General Constituyente de 1813: himno, escudo, moneda. Ese gran militar conocía la ley e intuía sus derivaciones mejor que algunos doctores del tiempo que le tocó vivir.
El congreso se disolvió en febrero de 1819 en Buenos Aires, después de haber dictado una constitución progresista en lo social para la época, pero semicorporativa en la representación legislativa, y que no bastó para disimular las profundas disidencias que anidaban entre el poder central, en Buenos Aires, y muchas de las provincias. El encuadramiento legal definitivo llegaría con Caseros, la convención de 1853 y la reincorporación de Buenos Aires a la confederación a raíz de las reformas constitucionales de 1860.
Teníamos, sin embargo, desde julio de 1816, los títulos que acreditaban nuestra condición de república libre e independiente. Ése es el mérito supremo del acontecimiento por cuyos 200 años hay motivos suficientes para unir a los argentinos en vasta conmemoración popular, con la participación de todas las instituciones que reafirman el orden jurídico del Estado que comenzó a construirse entre las más arduas de las adversidades. Fue en Tucumán, permanente proveedora de recursos para la revolución que estalló en 1810, y que no contaba, como dijo el académico Carlos Páez de la Torre, con universidad, pero se situaba en el centro de la irradiación comercial del camino vinculante entre Buenos Aires y el Alto Perú.
El espíritu libertario difundido por la Ilustración, la revolución y constitución consiguiente de los Estados Unidos y por el golpe de gracia de 1789 contra el concepto de monarquía absoluta y en beneficio de los principios de igualdad y de división de poderes se había volcado, como ola incontenible, por el territorio de las colonias españolas desde comienzos del siglo XIX. El propio virrey Cisneros abrió el puerto de Buenos Aires en 1809 al comercio, y la voluntad de prosperar a través del intercambio de mercaderías y bienes con otras naciones no haría más que crecer. La declaración de independencia sentaría el marco jurídico que la prudencia de los demás Estados esperaban del nuestro para avanzar en esas relaciones incipientes.


Fuimos reconocidos como Estado soberano por los Estados Unidos en 1822; por Gran Bretaña en 1825; por España en 1867. Ahora nos aprestamos a celebrar los doscientos años de la declaración que hizo posibles esos hechos. La luz que las exposiciones suscitadas por la Academia Nacional de Historia han echado sobre una jornada excepcional, con pluralidad de criterios por los participantes, se contrapone con la utilización facciosa en la que el gobierno anterior y sus voceros se desmandaron a propósito de otro bicentenario, el de mayo de 1810. Acaso lo haya tenido presente el ex mandatario uruguayo Julio María Sanguinetti cuando citó, en el ámbito de esa academia, estas palabras de Marc Bloch: "Malos entendidos del presente vienen de la ignorancia del pasado".

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