sábado, 23 de abril de 2016

TEMA DE REFLEXIÓN: COMPETENCIA


Existe un refrán que afirma que lo importante es competir. Esta frase hecha, en realidad, dice exactamente lo opuesto de lo que parece afirmar a primera vista. No habla del valor de ser competitivo, sino que relativiza la importancia de tener éxito en lo que hacemos. Desenmascarada en su versión llana, es algo así como no importa ganar, lo importante es participar.
En la Argentina esta idea de que la competencia (incluso la más sana) es mala, es algo que inculcamos en nuestros niños desde una edad temprana. Nos horrorizamos si nuestros hijos muestran cualquier esbozo de espíritu competitivo. Pero eso no es así en todas las culturas. Hay otras que glorifican el fuego sagrado.



Esta manera de pensar la competencia termina permeando en casi todos los aspectos de la vida, incluyendo la manera en que se hacen negocios. Así, construimos una economía concentrada y corporativizada en la que los lazos entre competidores son mucho más fuertes que sus oposiciones. Enfrente, los sindicatos controlan directamente ciertos negocios o prefieren acordar con los oligopolios antes que usar a la competencia entre empleadores para mejorar las condiciones de sus representados. En un esquema así, el que siempre pierde es el consumidor, incapaz de encontrar una brecha en el monolítico armado oligopólico que empleadores y sindicalistas apuntalan.
Yo creo que no hay mayor ni mejor fuerza de cambio e innovación que la competencia. Y tampoco mayor poder para mantener a raya a los empresarios y forzarlos a hacer lo que en Argentina generalmente prefieren evitar: tomar riesgos y esforzarse por dar productos y servicios cada vez mejores.



El enorme empuje de la disrupción tecnológica promete romper este desigual equilibrio de fuerzas devolviendo el poder a los usuarios. Pero el proceso no es sencillo: las resistencias son grandes, así como también las presiones.


Hace unos meses el BCRA tomó la obvia decisión de impulsar que los resúmenes de cuenta bancarios ya no se envíen en papel sino en versión digital. La reacción no se hizo esperar. Ante la presión del sindicato de carteros, el Banco Central retrocedió y pospuso la implementación de esta medida obvia. ¡Si se hubieran dado cuenta a tiempo, tal vez podrían haber logrado que directamente se prohibiera el uso del e-mail!
Todos los que habitamos en Buenos Aires sabemos que el transporte público en la ciudad tiene un nivel pobre, en buena medida producto de la falta de competencia. El desembarco este mes de un nuevo jugador que usa tecnología para transformar la industria de taxis podría, tal vez, romper el estancamiento de este sector de servicio mediocre. ¿Será ésta la chispa que permita que finalmente los usuarios podamos viajar mejor, la que haga que finalmente las empresas compitan por brindar un mejor servicio? No si todos los demás actores de este mercado, empresarios y sindicalistas, actúan concertadamente para impedirlo. Sea como sea, lo importante es no competir.


Estos dos ejemplos son apenas la punta del iceberg del cambio que viene. Otros cambios más disruptivos aún, como los vehículos autónomos y las inteligencias artificiales, asoman ya en el horizonte. Ante el avance de las nuevas tecnologías, podemos intentar demorar y defender el esquema oligopólico existente y los precarios empleos del siglo XX que genera (como choferes de taxi y carteros). O atrevernos a pensar cómo esas nuevas herramientas tecnológicas abren la puerta tanto a reducir los abusos y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos como a inventar los nuevos trabajos del siglo XXI. 

S. B. 

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