viernes, 29 de enero de 2016

TEATRO BOMBÓN; TODA UNA EXPERIENCIA


A veces los itinerarios se nos presentan solos. Líneas de tiempo entre una semana y otra; cartografías de gente, encuentros, sobre todo ciudad.
Algo de esto se me armó los dos últimos fines de semana. Domingo de una y sábado de la otra. Corrientes y Callao, al comienzo; Las Heras y Agüero, seis días después. Una misma Buenos Aires y dos postales.


En la primera es domingo por la tarde. Una chica se sube al alféizar de una ventana, se yergue todo lo alta que es, pone los brazos en cruz, se sostiene. Tres pisos abajo, la calle. La ventana, una abertura típica de las construcciones porteñas de los años 30, está abierta. "Si me dejás, me tiro", le dice al novio, que la mira espantado. Una brisa muy leve ondea la abundante cabellera de la mujer. Al fondo, bajo esa misma brisa, la copa de un árbol se sacude apenas. Suave, cadenciosa.



Estamos en la Casona iluminada, el último día de la edición 2015 de Teatro Bombón. Lo que vemos es parte de Veinte metros cuadrados, obra de Santiago Loza dirigida por Pablo Seijo. Una de las numerosas propuestas teatrales breves - "bombones" de treinta minutos- que se representan en distintos sectores de un maravilloso edificio art nouveau. Las obras se crean especialmente para el ciclo, en función de la arquitectura del lugar. Lo que explica la repentina magia de la escena anterior: la estructura de la ventana enmarcando perfectamente a la actriz, el vértigo de sabernos en el último piso del edificio, la intervención del entorno -brisa, árbol, ruidos urbanos- como condimento relativamente azaroso de la escenografía.



La casona está en ebullición. Por las cuidadas escaleras de madera suben y bajan visitantes en busca de una u otra obra. En un pequeño bar (parte de la propuesta) hay espacio para la charla entre función y función. El clima es alegre, como de cofradía.

La segunda postal es del sábado siguiente. Plazoleta del Museo del Libro y de la Lengua; al fondo, la monumental silueta de la Biblioteca Nacional, su estructura de hormigón armado, el sueño de la arquitectura brutalista de los años 50 y 70. Sobre el césped, un grupo de bailarines interactúa con las composiciones que el artista sonoro Jorge Haro va improvisando. Los cuerpos se pliegan, se repelen, se acercan. Algún rostro se cubre, luego vuelve a mostrarse. Y en medio del juego entre sonidos y movimiento asoman carteles -cada bailarín porta uno- con los nombres de personajes creados por la escritora Clarice Lispector.



Es La Hora de Clarice, evento que, inspirado en el Bloomsday de Joyce, celebra la obra de la escritora brasileña en diversas partes del mundo. Por tercer año consecutivo se realiza en este rincón de la ciudad de Buenos Aires, donde durante casi un día entero se sucederán acciones artísticas, lecturas, proyecciones, actividades para niños, charlas.

De momento, el grupo de danza pone en juego la compleja relación del universo Lispector con la construcción de la subjetividad. Los nombres escritos en cartón serán transformados, tachados, puestos en cuestión. Con la misma soltura con que atraviesan el espacio, los bailarines empuñan los marcadores con los que irán alterando esas inscripciones. Hacia el final de la representación, los cartones se dejarán de lado y será la piel -piernas, brazos, torsos- la que reciba esas marcas de tinta.


El calor se hace sentir. El cielo pesa sobre todos nosotros. Hasta que se levanta una brisa breve, apenas un respiro: un vientecito que agita levemente ropas y cuerpos de los bailarines y, hacia el fondo de la plazoleta, mece el mosaico verde y amarillo de las tipas en flor.
Por un segundo, siento que un lazo invisible, inmune al tiempo y la geografía, está uniendo este momento con las representaciones de Teatro Bombón.



En ambas situaciones, un grupo de personas (numerosas, diversas, de toda edad, estilo, profesión) se reunió con el único fin de celebrar un modo particular de la palabra. Voz teatral o literaria; transmutada en actuaciones costumbristas o desbordes paródicos; en diálogo con la creación visual, con la música. Con el simple deseo de generar un espacio de encuentro. Y, de manera en absoluto casual, en diálogo con una ciudad que sigue cobijando estas redes más bien espontáneas, ofrendándoles su densa trama cultural. Sostenidamente joven a gracias a sus habitantes más vitales.

D. F. I. 

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