jueves, 28 de enero de 2016

LA INTERNA PERONISTA SEGÚN JUAN F. von ZESCHAU


La interna peronista que se viene
La disputa está abierta, sólo que el mes de enero ayuda a mantener el bajo perfil de las refriegas. Las facciones son merecedoras de diferentes etiquetas, los quiebres y fronteras divisorias también: territoriales contra milicianos, kirchneristas paladar negro contra pejotistas, puristas contra negociadores, progresismo contra peronismo.


Por ahora, parece ser una lucha de trincheras, en las que también se definen las modalidades de interacción con el adversario en el poder. Los códigos, podría decirse. Hasta dónde, de qué modo, con quiénes se charla. Y el peronismo está definiendo sus terminales políticas, quiénes son los negociadores, las referencias de cara al gobierno. Algunos capitanes comienzan a perfilar, otros se resisten a caer: Recalde en diputados, Pichetto en el Senado, Ottavis con su liderazgo más que en duda en la legislatura provincial. Desde ya, son cuadros intermedios que dirigen disputas tácticas. Los intendentes, los dirigentes gremiales y, sobre todo, los gobernadores, recién están precalentando. Estos últimos tendrán mucho que decir ahora que el ministro Frigerio inauguró el debate sobre la coparticipación federal.

La interna se anuncia larga, el 2016 es su año. Es probable que comience a ordenarse recién en el armado de listas legislativas, y solo se definirá mediante los votos en aquella instancia todavía lejana. Y si la interna se define por los votos, quizás, la última y mejor fotografía que permite realizar algún análisis es la elección PASO en la provincia de Buenos Aires. El kirchnerismo paladar negro de Aníbal y Sabatella, una candidatura digitada desde la superestructura, aunque haciendo pie sobre las orgas estrellas del kirchnerismo puro: Nuevo Encuentro y La Cámpora. Del otro lado, la fórmula de Julián Domínguez y Espinoza, el primero un escogido del establishment peronista, el segundo un referente territorial del municipio más populoso del distrito bonaerense. Vanguardia kirchnerista vs. pejotismo territorial. Milicianos contra territoriales. El resultado, más allá del ganador, fue un empate técnico. La simplificación del examen es evidente, pero cabe preguntarse si no será ese el equilibrio actual de la interna peronista.

Esa fórmula matemática de charla de café se complica cuando incluimos a Felipe Solá; ¿alguien podría decir que el ex gobernador no fue un candidato de extracción y representatividad peronista?

La hipótesis es arriesgada y contrafáctica, pero atractiva. Sin unidad, el peronismo está partido en tres partes iguales. Triple empate. Y la unidad es premisa para ser competitivo. Desde ya, queda mucho tiempo para definir posiciones o acercamientos, la carrera es una maratón, los velocistas pasan a segundo plano. Porque, como se dijo más arriba, para la próxima contienda faltan dos años y todavía no asomaron los principales actores de esta trama. Scioli y Urtubey insinuaron, Massa se destacó por su colaboracionismo apresurado, Cristina está públicamente ausente. Es probable que Randazzo también tenga su lugar de francotirador solitario en la medida que la interna suba de temperatura.

Los cuadros intermedios, aquellos que median entre base y conducción, seguramente se apegarán al guión de sus respectivas dirigencias. El combate es cuerpo a cuerpo y subterráneo. La puja entre intendentes del PJ bonaerense y sus legisladores provinciales es un ejemplo de esas escaramuzas lideradas por mandos medios. El año 2016 se augura plagado de este tipo de disputas. El PRO festejará los cruces y los pases de factura. Aunque son necesarios para reacomodar y redefinir una propuesta política que fue derrotada en las urnas, es preciso aggiornarla, evaluar los métodos de construcción, volver a ganar. Además, los peronistas son como los gatos. No sería aconsejable que el oficialismo amarillo festeje con tanta antelación.

El resto será construcción de base, sindicatos, movimientos sociales, unidades básicas, que sin una agenda política positiva, podría caer en una épica de la resistencia, ausente de propuestas superadoras de la actual y la anterior gestión, y, por ende, con pocas chances electorales. Resistiendo con aguante, sería el lema. Marchismo voluntarista, espasmos más o menos organizados tácticamente, más o menos encuadrados, que no responden a ningún tipo de conducción estratégica, justamente, porque no la hay. Se podría enumerar algunos ejemplos de los últimos días: marcha de La Cámpora en contra del vaciamiento del Grupo 23, batucadas de las delegaciones gremiales en los organismos que registran despidos, discursos en el medio de las playas bonaerenses. Por supuesto, también es un signo del dinamismo y la acentuada participación política de las bases peronistas, progresistas y afines. Es un suelo fértil para levantar un nuevo edificio político.

Pese a que el macrismo parezca ser una especie de avalancha thatcherista con ribetes criollos, es esperable una reacción popular, quizás, con las paritarias como eje. No parece haber una población disciplinada y dispuesta a acatar caídas sustanciales en su nivel de vida. Es difícil, a priori, instalar la necesidad inevitable de un paquete de recortes, por más que se apele a la herencia de Cristina. La sociedad no sale herida de una hiperinflación, de un 2001, de una corrida bancaria fenomenal, de una dictadura. Y las expectativas con respecto al gobierno son elevadas; la gran mayoría del electorado votó a Cambiemos para mejorar, no para retroceder. La vara es alta. Ese parece ser el mayor punto débil de la actual administración.

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