martes, 26 de enero de 2016

IDEAS EN EQUIPO, CIENCIA ENRIQUECIDA


En cierta forma, antes todo era más fácil. Uno sabía que estudiaba química y se dedicaba a estudiar la materia; la biología se refería a los bichos y las plantas; la computación, a los programas; la geología, a la Tierra, y la física, a todas las anteriores, el universo y todo lo demás.



Pero hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad y, sobre todo, no se quedan solas cada una en su laboratorio o su pizarrón, sino que se cruzan, se mezclan de manera promiscua y, como en el poema, de la unión entre la pólvora y la pluma puede brotar la rosa más pura. Las disciplinas se traspasan y, sobre todo, se meten en una coctelera de donde pueden salir los tragos más inesperados.

Tomemos como ejemplo ese mundo llamado neurociencias. Quizá lo clásico fuera llegar a ellas de la mano de la neurología o, un poco más recientemente, de la biología. Pero no: hoy los neurocientíficos son (además de biólogos o médicos) físicos, químicos, programadores, psicólogos y hasta filósofos. Y en las charlas de pasillo de estos muchachos aparecen nuevas ideas, alquimias inesperadas para tratar de entender lo que algunos consideran el objeto más complejo del universo: nuestro cerebro.



Aquí mismo los senderos se han vuelto múltiples y bifurcados. Al pedir un subsidio para investigación, por ejemplo, se ve con buenos ojos que nos asociemos con sapos de otros pozos. Es más: de a poco se van fomentando los institutos interdisciplinarios, aquellos en los que en la merienda se encuentran climatólogos con paleontólogos, matemáticos con economistas, cosmólogos con biólogos moleculares. Es una apuesta, sí, pero con amplias posibilidades de éxito (o, al menos, de novedades).

Y si de eso se trata, de interdisciplinar, bien vale buscar modelos que hayan cruzado fronteras. Un libro con aroma a nuevo intenta seleccionar cien individuos interdisciplinarios, renacentistas, innovadores; es el Cien mentes globales: los pensadores trans-disciplinarios más atrevidos del mundo, de Gianluigi Ricuperati, director creativo de una academia de diseño en Milán.



¿Quiénes son estos señores y señoras inspiradores? Ricuperati consultó a muchos jóvenes, agregó sus propios héroes y, sobre todo, participó en la elaboración de un algoritmo informático que podía detectar la cantidad de veces que un nombre aparecía en Internet, pero relacionado con un ambiente diferente del que se suponía propio. En términos más técnicos, calculaba la distribución de probabilidades de asociación de un nombre con múltiples disciplinas (artes, arquitectura, educación, ingeniería, ciencias naturales, medicina, matemática, ciencias sociales, etc.). Para ser más justos, se puso cierto énfasis en nuevos héroes, y también en un balance de género, geografías y disciplinas de origen.




Hubo algunas sorpresas, claro. Los músicos David Byrne y Brian Eno, y un poco menos la maravillosa Laurie Anderson, hicieron explotar al algoritmo, porque se la pasan surfeando distintos mundos artísticos e intelectuales. Escritores como John Berger o cineastas como Paul Thomas Anderson y Wes Anderson dijeron presente, así como uno de los creadores de Internet (Tim Berners-Lee) y el politólogo-lingüista-opinólogo Noam Chomsky. Hay economistas como Thomas Piketty o Hans Binswander y psicólogos como Alison Gopnik o Albert Bandura. Así, Ricuperati logró un verdadero diccionario alfabético de interdisciplinarios, cruzadores profesionales de puertas hacia quién sabe dónde.



Ya lo dijo Marcel Proust: la verdadera travesía del descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos. Ojos de ciencia, de artes, de mirar hacia otros mundos, con un poco de vértigo por alejarse de lo que supuestamente uno conoce y sabe, pero con la garantía de ese viaje, justamente, nos permite mirar diferente y robarle algún secreto a la naturaleza, que por un momentito va a ser un secreto que sólo nosotros vamos a atesorar. Eso es ser feliz.

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